Como la falla a la que designa su título, esta película está atravesada por una grieta que resquebraja de arriba abajo su contenido. A un lado, en el bando escópico, todo evidencia oficio, eficacia, ambición y por qué negarlo, incluso talento industrial. No es fácil crear esa sensación de apocalipsis por mucho dinero real o/y mucha pólvora virtual de la que se disponga.

En la fase principal, en el punto de fusión del argumento de Jurassic World, los protagonistas encuentran restos del primer Jurassic Park, aquel que comenzó todo consagrando a Spielberg como el director de moda de los años 90. Con esos restos, puras reliquias de cifenilia fervorosa, los personajes salvan el pellejo. Así, el cine nutre al cine, lo virtual se hace real y la aventura cobra tintes de renacimiento en un filme irreprochable porque da de sí todo lo que podía dar un proyecto que nace con los puntos cardinales de su territorio perfectamente prefijados.

Hay ideas, imágenes, cuya fortaleza seminal construye películas por sí misma. Su peso es tal, su poso resulta tan hondo, tan rebosante de nutrientes, que el argumento fluye como encaje de orfebrería retórica aplicada con guión de alto oficio. Eso pasa con White God, una fábula distópica que no disfraza ni disimula su voluntad alegórica contra las barreras sociales que levanta el juego capitalista, ese que divide a los hombres en privilegiados y desterrados.

Costaría trabajo, sin información previa, identificar que el director de La caza (2012), Submarino (2010), Querida Wendy (2005) y Celebración (1998) es la misma persona. Quién podría imaginar que el Thomas Vinterberg que hace dos décadas inventó, junto a von Trier, Dogma 95, acabaría resolviendo este pulcro, medido y fascinante melodrama romántico titulado Lejos del mundanal ruido.

Por debajo de la piel con la que se recubre Viaje a Sils Maria, fluye sangre vieja, savia eterna. Ecos de un pasado solemne y grandioso. La opción de Assayas parece obvia: si se ha de referenciar a alguien, que sea a los más grandes. Y para el autor de Demonlover, entre los más grandes reinan Bergman y Antonioni. Pero no sólo ellos.

Desde la secuencia inicial, una acción policial que se utiliza para describir el carácter de su principal protagonista y el por qué de su maltrecho estado de nervios, todo huele a producto televisivo. Para el minuto cinco, no cabe duda, Misericordia, como señala su título, es lo que hará falta al espectador para poder asumir que este divertimento carece de pretensiones de autor y originalidad; está huérfano de ingenio.

Cabeza visible y probablemente el mejor director del pujante cine francés de terror que amaneció con el nuevo siglo XXI, Alexandre Aja se enfrenta en Horns a su proyecto más complejo, más arrebatado. Este argumento en una industria como la española jamás se hubiera realizado.

Saber que Harun Farocki coescribió este guión poco antes de su inesperada muerte, predispone a entregarse a él con el respeto que sólo se le debe a los más grandes. Tan grande que Harun Farocki permanece todavía casi inédito para el público español. Su cine transita por ese mundo invisible al que pertenecen gentes como Jean Mari Straub y Alexander Krueger. Un coto cerrado al que también acuden, un poco más (re)conocidos, gentes como Marker y Godard.