Como un huevo Kinder, cuesta trabajo determinar si lo que importa en “Decision to Leave” habita en su armadura de “thriller” o en su corazón de romance melodramático. Tal vez el secreto de su magnetismo resida en no saber qué nos atrapa porque, en la vida, las cosas nunca seducen por lo que queremos creer.

Por diferentes causas, el cine comercial no sabe retratar el mundo del arte contemporáneo. Sus reflejos se llenan de viejos prejuicios o se refugian en chistes gruesos, gastados y/o de poca o ninguna gracia. Es más que probable que las dioptrías con las que algunos cineastas abordan esta cuestión estén tan mal calibradas como las de la mayor parte de quienes tanto desconfían de las artes plásticas de nuestro siglo.

Paso a paso, película a película, el prestigio de David O. Russell palidece sin que las dudas que provoca su universo mermen su capacidad de trabajar con intérpretes de lujo ni frenen su tendencia a la estridencia. Autor de “Tres reyes” (1999), “Extrañas coincidencias” (2004), “The Fighter” (2010), “La gran estafa americana” (2014) y “Joy” (2015); habían pasado siete años desde su último proyecto.

Basta con leer la sinopsis argumental de “Viaje al paraíso” y ver el cartel con el reclamo mayor de la película, Julia Roberts y George Clooney, para que nadie tenga dudas sobre el final de la misma. Más previsible que el discurso del rey en la nochebuena, aquí hay poca cera por arder y ningún intento para sorprender.

La magnética autenticidad, aparentemente desprovista de oficio, que Pedro Fasanaro aplica en el dibujo de su personaje en “Desierto particular”, atraviesa a la película de Aly Muritiba con la eléctrica sensación de lo cierto. No era fácil. En “Todo sobre mi madre” por ejemplo, Pedro Almodóvar tejía una fascinante red de atracción en torno al personaje “del padre” de Esteban, el joven adolescente al que Eloy Azorín daba vida durante el primer acto de la que sigue siendo uno de los mejores filmes del director manchego.

Hace doce años, con un filme de naturaleza híbrida, un ensayo de docu-ficción, “The Arbor”, irrumpió la directora británica Clio Barnard. Su película buceaba en el recuerdo de Andrea Dunbar y su obra de teatro, titulada como la película. Recuperaba una biografía prematuramente rota y la confrontaba con su obra y la hija de ésta.

Lejos de Marsella y sin la complicidad de sus habituales, de Ariane Ascaride a Jean-Pierre Darroussin, sorprende encontrarse a Robert Guédiguian a tan larga distancia de su zona de confort. De sus compañeros de viaje permanece Pierre Milon, un director de fotografía habitual en el hacer de Guédiguian y también colaborador frecuente de Laurent Cantet.