En los créditos, Luc Besson presenta sus respetos por la novela de Bram Stoker pero, en realidad, debería hacer otro tanto -y nada dice-, con respecto a la deuda contraída con el «Drácula» de Francis Ford Coppola.
La mejor manera de penetrar en lo que contiene una propuesta artística es simple. Solo hay que palpar su texto, abrazar lo que le constituye. Ese «leer» paso a paso, palabra a palabra, implica, por supuesto, desterrar los prejuicios, abandonar las ideas preconcebidas e incluso esquivar las querencias personales.
«Mi postre favorito» ofrece un masaje emocional de altas calorías pero una amarga almendra se esconde en su interior. Predica una vital exaltación de la sensualidad en la tercera edad. Sabe hacerse grande gracias a su buen rollo interpretativo y no oculta su vocación de cine para todos los públicos.








