Nada, o casi nada, es lo que parece ser con (y en) “Benedetta”. Las prohibiciones de Rusia, la recogida de firmas de Perú o la frialdad de Cannes, no dañan la superficie de acero de un filme casi testamentario a cargo de un Paul Verhoeven que ha cumplido los 82.

Se cumplen 90 años de “Narciso y Goldmundo” de Herman Hesse. Aunque carece de la popularidad de “El lobo estepario”, “Demian” y “Siddhartha”, en su estructura se impone el ADN del escritor suizo-alemán que ganó el Nobel en 1946, cuando Europa se buscaba entre las ruinas del horror nazi.

Maud, un término de origen irlandés que viene a significar algo así como “doncella valiente en la batalla” es el nombre de la protagonista de este extraño relato lleno de excelentes referencias y víctima de una discreta carrera comercial,  porque lo comercial no es su carrera.

Cuando un jurado en un festival decide realzar con cuatro premios su apoyo a una película, la lectura que se impone habla de que, en ese gesto, hay más que una simple elección. En esa elección hay una actitud de beligerancia, de compromiso; y como todo lo que se (com)promete, abraza un acto de fe.

El azar y la pandemia, dos contingencias cuyo algoritmo se nos escapa, ha hecho que veamos “Corpus Chisti” (2019), tras haber sabido de “Hater” (2020), filme que se estrenó en Netflix hace un par de meses. Ambas películas han sido realizadas por el mismo director, Jan Komasa, e ideadas por el mismo guionista, Mateusz Pacewicz; ambas emanan de la misma fuente nutricia.

En el devenir de Mounia Meddour (Moscú, 1978), como en un palimpsesto identitario, se inscribe la verdadera escritura que sostiene “Papicha”, un filme que habla de “sueños de libertad” pero que lo hace desde una voluntaria superficialidad que ¿banaliza? la tragedia sobre la que cabalga. Desvelemos. Mounia, hija del director de cine argelino Azzedine Meddour, nació en la URSS porque su madre es rusa. Sin embargo su nacionalidad es argelina y francesa.