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El angel caído y la bella muerta
Título Original: HORNS Dirección: Alexandre Aja Guión: Keith Bunin; basado en la novela “Cuernos”, de Joe Hill Intérpretes: Daniel Radcliffe, Juno Temple, Max Minghella, Joe Anderson, Heather Graham y David Morse Nacionalidad: EE.UU. 2013 Duración: 123 minutos ESTRENO: Junio 2015
Cabeza visible y probablemente el mejor director del pujante cine francés de terror que amaneció con el nuevo siglo XXI, Alexandre Aja se enfrenta en Horns a su proyecto más complejo, más arrebatado. Este argumento en una industria como la española jamás se hubiera realizado. Por fortuna, Aja no rueda en nuestra industria y, aunque su filme se quiebre como un puente herido, aunque su metraje además de mal medido esté concebido con titubeos de principiante, Horns se sabe singular, pasional, radical y distinto. Y lo es porque se abisma. Como le ocurría a The Lovely Bones de Peter Jackson, Aja se mete en arenas movedizas sin tomar precauciones ni mostrar miedo.
Trata de hacer alquimia imposible. Desea fundir el romance con el gore; lo gótico con el costumbrismo; el drama con el esperpento. Demasiada tensión, demasiada inestabilidad como para conseguir que las dos horas de duración mantengan una constante vital, un ritmo creciente y esa necesaria tensión sin descanso a la que aspira.
Si además el papel principal se encomienda a Daniel Radcliffe, a nadie puede extrañar que el diagnóstico y las reacciones en su contra se produzcan en cascada. Es lo fácil, lo obvio, lo injusto. Porque en su bizarro (valiente) argumento, en ese guión dislocado adaptado de la novela de Joe Hill, hay un relato extremo. Todo comienza con un despertar angustioso. Una joven ha sido asesinada. Los indicios señalan al novio, el de toda la vida, con el que se iba a casar en breve. Eran la pareja perfecta y el ¿falso culpable? se enfrenta a una metamorfosis inexplicable. Demonizado por la sociedad bienpensante, en una atmósfera repintada con el mismo barniz que iluminaba Twin Peaks, el novio angelical se transforma en demonio. Conforme le crecen los cuernos, observa que obtiene de cuantos le rodean, la verdad de sus peores pensamientos. Y así, de horror en terror, la deriva del actor que encarnó a Harry Potter sirve para dar una vuelta de tuerca a ¡Qué bello es vivir! . O sea, un Capra neogótico con el que un cineasta francés recuerda a Hollywood dónde empezó todo.
Trata de hacer alquimia imposible. Desea fundir el romance con el gore; lo gótico con el costumbrismo; el drama con el esperpento. Demasiada tensión, demasiada inestabilidad como para conseguir que las dos horas de duración mantengan una constante vital, un ritmo creciente y esa necesaria tensión sin descanso a la que aspira.
Si además el papel principal se encomienda a Daniel Radcliffe, a nadie puede extrañar que el diagnóstico y las reacciones en su contra se produzcan en cascada. Es lo fácil, lo obvio, lo injusto. Porque en su bizarro (valiente) argumento, en ese guión dislocado adaptado de la novela de Joe Hill, hay un relato extremo. Todo comienza con un despertar angustioso. Una joven ha sido asesinada. Los indicios señalan al novio, el de toda la vida, con el que se iba a casar en breve. Eran la pareja perfecta y el ¿falso culpable? se enfrenta a una metamorfosis inexplicable. Demonizado por la sociedad bienpensante, en una atmósfera repintada con el mismo barniz que iluminaba Twin Peaks, el novio angelical se transforma en demonio. Conforme le crecen los cuernos, observa que obtiene de cuantos le rodean, la verdad de sus peores pensamientos. Y así, de horror en terror, la deriva del actor que encarnó a Harry Potter sirve para dar una vuelta de tuerca a ¡Qué bello es vivir! . O sea, un Capra neogótico con el que un cineasta francés recuerda a Hollywood dónde empezó todo.