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En algo menos de dos horas Paul Urkijo se pasea por los recovecos de la mitología vasca. Pero, además, se mete en el barrizal de querer narrar en clave fantástica la batalla de Roncesvalles, aquella en la que la armada francesa de Carlomagno, con Roldán en la retaguardia, tras conquistar medio mundo, fue derrotada por un ejército formado en auzolan por montañeses vascones, soldados cristianos y tropas sarracenas.

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Al igual que en la entrega anterior, Ryan Coogler, un profesional afroamericano en cuya carta de presentación brilla su oficio para resolver con dignidad la séptima entrega del alter ego de Sylvester Stallone, “Rocky, Creed” (2015), repite la dirección y coescritura de “Black Panther”. Su presencia garantiza la continuidad y establece un curioso y renovador díptico en torno al superhéroe africano de la familia Marvel.

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En apenas cinco minutos, los mejor filmados de toda la película, se nos presenta a la “bestia”. En esos fulgurantes y terroríficos destellos, dominados por la oscuridad, se nos previene sobre el “modus operandi” del monstruo y se nos informa del por qué de su comportamiento. En esos instantes inaugurales, se escenifica la llamada ley de la selva.

Concebida como una ópera épica -solemnidad sobre esplendor, ritualización sobre impostura, todo cuanto se da cita en “El hombre del norte” reclama el exceso y la excelencia. Su historia, con la que Shakespeare alumbró hasta devorar en demencia a “Hamlet”, abruma y desarma por su esencialidad.

La joven vecina de al lado -ese era el principal encanto de la Sandra Bullock de sus inicios-, ya ha cumplido 57 años. Pero ni se da por aludida ni parece dispuesta a renunciar a perpetuarse en personajes que mezclan la acción con la comedia romántica pese a que ha anunciado que, tras este filme, se dedicaría un tiempo al cuidado de sus hijos.

No es casualidad que al hablar de esta película de dibujos animados, se traiga a colación dos obras anteriores de su realizador: “Escuela de rock” y “Boyhood”. Si algo determina lo que “Apolo 10 y medio” contiene, es una mirada a la propia infancia del guionista y realizador y una recreación trepidante de la banda sonora que llenó los silencios de aquel tiempo en el que se maceraron las señas de identidad que conforman su personalidad como cineasta.