Presentado como el cuento de un ogro temible y terrible, pero cuento de hadas porque en él se impone una querencia fabuladora y ejemplar, Karim Aïnouz comparte con el Albert Serra de «La muerte de Luis XIV» (2016), su disposición de aprehender la esencia de una existencia a partir de los últimos suspiros del personaje biografiado.

A Ricardo III, el último rey de la casa York, William Shakespeare le regaló un pasaporte para la eternidad ciento diez años después de su muerte en la batalla de Bosworth. Creo un visado intoxicado porque su retrato del rey inmortal(izado) -ya saben quiso cambiar su trono por un caballo-, estaba condicionado por la aprobación de los vencedores, los Tudor.

El 5 de enero de 1895, el de la noche de Reyes, se ejecutaba la sentencia que condenaba al capitán Alfred Dreyfus a cadena perpetua por un caso de espionaje en el ejército francés. En medio de un ritual protocolario propio de una época de solemnidad crepuscular, Dreyfus, cuya sentencia había gozado inicialmente del beneplácito de la ciudadanía, era degradado de sus galones y desposeído de sus armas; pasaba de oficial a presidiario.

El barro que modela esta reflexión histórica entre dos reinas británicas, la que da título al filme y su prima Isabel de Inglaterra, sabe del teatro. Su médula espinal proviene del verbo y, como tal, son los diálogos quienes marcan su primer atributo, el principal tesoro, de un filme que no llega a la perversa brillantez de “La favorita”, pero que ofrece muchos atractivos.

Del cine de Vietnam rara vez se sabe algo y, aunque “La tercera esposa” viene tras recorrer festivales cosechando premios bajo esa bandera, conviene puntualizar que su guionista y directora, Ashleygh Mayfair, aunque vietnamita de nacimiento se licenció en Literatura Inglesa en Oxford, estudió en la Royal Academic of Dramatic Arts de Londres y lleva algún tiempo trabajando en EE.UU.

Cuando Ken Loach presentó Tierra y libertad, entrevistándole, al percibir en él un entusiasmo por lo que significaba el sacrificio de miles de milicianos republicanos, le pregunté al director británico quiénes, en la España del final de los 80, podían ser y actuar como los soldados republicanos de su película. No lo pensó ni un segundo. “Mis actores”, contestó sin dudarlo. Entre aquellos actores, había una mujer llamada Icíar Bollaín, la más convencida entre las (con)vencidas.