Tras filmar «Los duelistas», «Alien, el octavo pasajero» y «Blade Runner», como decía Simon Reynolds sobre Marc Bolan, Ridley Scott se sintió tan fabuloso que empezó a fabular. Desde entonces de sus manos han salido dos decenas de películas de todo tipo.
Las páginas de la Biblia, sus esotéricos relatos, siempre preñados de doble sentido, siempre minados con aleccionadora intención, alimentan buena parte de los guiones cinematográficos que en Hollywood, y no solamente allí, se filman cada día.
La segunda parte de esta incursión en la novela de Alejandro Dumas se rodó al mismo tiempo que la primera. Por el mismo equipo, con los mismos guionistas y bajo la batuta de Martin Bourboulon.
Cuando se enroló a James Wan para dirigir el destino de «Aquaman» la noticia sorprendió ligeramente. Avezado en el horror y la crueldad, el autor de «Saw» (2005), «Insidious» (2010) y «The Conjuring» (2013), factótum del cine de terror, productor y guionista, este australiano de origen malayo y de apenas 1,60 metros de altura, ha sido responsable de no pocos sobresaltos y de muchos miedos.
El 12 de agosto de 2000 la explosión accidental de un torpedo provocó el hundimiento del submarino nuclear K-141 Kursk. El eco siniestro de aquel incidente destila el barniz de verosimilitud oportuno para esta fabulación sobre la IA y sus peligros, de la que se ocupa la última “Misión imposible”.
Cuando se estrenó el primer Indiana Jones en 1981, el que iba “En busca del Arca Perdida”, el arqueólogo Mr. Jones, tenía 37 años. La acción del filme transcurría en el triste tiempo de 1936 y el actor, Harrison Ford, nacido el 13 de julio de 1942, había cumplido en el momento del rodaje los 38 años.
Aunque para la generación de Sam Raimi, 1981 parezca ayer, 42 años separan esta “Posesión infernal” de la que le vio nacer. Aunque la trama argumental, las estructuras del relato, los fundamentos y hasta las intenciones puedan parecer idénticas, nada es lo mismo por más que ahí sigan Bruce Campbell, solo su voz, y, entre las sombras de la producción, el propio Sam Raimi.
Al igual que en la entrega anterior, Ryan Coogler, un profesional afroamericano en cuya carta de presentación brilla su oficio para resolver con dignidad la séptima entrega del alter ego de Sylvester Stallone, “Rocky, Creed” (2015), repite la dirección y coescritura de “Black Panther”. Su presencia garantiza la continuidad y establece un curioso y renovador díptico en torno al superhéroe africano de la familia Marvel.
Sin novedad en el frente. En “Dios mío, ¿pero qué nos has hecho?” se mantienen las mismas constantes, virtudes y carencias de sus dos obras precedentes: “Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?” (2014), y “Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho ahora?” (2020). Su relato es consecuencia de ellas y su existencia da noticia de su éxito comercial, de su buena taquilla.
La tercera entrega de “Padre no hay más que uno” gira en torno a la mentira; la verdadera pandemia de la humanidad que en el siglo XXI ha entrado ya en una metástasis agónica.