Desde que el cine rompió la cuarta pared y, en especial, a partir de la nouvelle vague, o sea cuando los fantasmas del nazismo y el horror de las bombas atómicas sobre Nagasaki e Hiroshima, pusieron de relieve la necesidad de confiar en lo joven porque lo viejo mata(ba), el cine no ha parado de relatar historias de adolescentes a la deriva.
Cuando hace 19 años Enric Marco Batlle (Barcelona, 1921-2022), sindicalista español que fue Secretario General de la CNT y Presidente de la Amical de Mauthausen de España, perdió su última careta, los muertos asesinados por la represión franquista y la pesadilla nazi se estremecieron en sus tumbas mientras que los pocos supervivientes que todavía quedaban recibían la cuchillada más siniestra, la de la burla.
La carta de presentación de Carlos Marques-Marcet (Barcelona, 1983) incluye «10.000
KM» (2014), «Tierra firme» (2017) y «Los días que vendrán» (2019). Significativamente
esos tres largometrajes que preceden a «Polvo serán», buceaban, de uno u otro modo, en el mundo de la natalidad, en la pareja, el amor, la introspección y el sexo.
Lo que se insinúa como un viejo filme del costumbrismo español trenzado de parejas y
cuernos, desarma al espectador a partir de su primer quiebro, el que comienza justo
tras lo que se declara en su sinopsis argumental.
En el evangelio de Lucas, de manera indirecta, como sobrevenida, se encuentra el origen de la expresión: «Salve María» de la que luego surgió el «Ave María», una de las oraciones católicas más rezadas en el mundo junto al «Padre Nuestro».
La relación de actores que, excepcionalmente, deciden dirigir es amplia y, con frecuencia, más interesante que la media. En el caso femenino esa ambivalencia entre la dirección y la interpretación resulta bastante más singular, aunque hay precedentes de talento indiscutible: Ida Lupino y Barbra Streisand.
Los «diecisiete minutos de aplausos» que recibió este filme en su estreno veneciano se convirtieron en consigna. Era la prueba de que Pedro y sus «chicas» habían vuelto a triunfar.
Bajo el falso nombre de Aranzazu Berradre, una joven policía de apenas 20 años, hoy todavía anónima para la sociedad y quizá para siempre, asumió un descenso al inframundo que se prolongó durante 8 años.
La muerte es el contexto, el detonador de una situación en la que lo que se pone en juego pertenece a la vida. Pero lo propio del vivir (y del convivir) no puede resumirse en un único sentimiento, en un solo suceso, en una única pasión.
En un titular de prensa publicado durante los días oscuros del proceso contra el alcalde de Ponferrada, una frase supuestamente textual de la madre de Nevenka decía algo así como: «Entregué mi hija al Ayuntamiento y me han devuelto una piltrafa». Esa frase, producto del dolor y la desesperación de una situación tortuosa, encierra un paradigmático sentido. Especialmente por el verbo con el que empieza: «entregar».