Almodóvar comienza su primer western, que ni es western ni es largo, con el manual de John Ford bajo el brazo. Como relata Steven Spielberg en “Los Fabelman” al reconstruir la fugaz conversación entre el autor de “Tiburón”, o sea él mismo, y el viejo maestro de “El hombre tranquilo”, o sea John Ford: en el arte cinematográfico la clave está en saber cómo colocar la cámara en relación con el horizonte. O arriba o abajo pero jamás en medio; esa es la “boutade”.

“La quietud en la tormenta” posee la atractiva convicción de esos instantes, de esos relatos, que se sienten únicos. Ha sido impresa en un blanco y negro de suaves contrastes pero sin evitar algunos contraluces que, a veces, oscurecen el todo. Baila sobre una línea temporal resquebrajada; antes la hubiéramos tildado de cubista, hoy se hablará quizá del metaverso.

Un principio fundamental para quienes se dedican al oficio del cine les/nos recuerda que lo que en el papel -en la pantalla del ordenador- no se asienta con firmeza, la gran pantalla del cine nos lo arrojará a la cara. En “Fatum”, o sea en el destino, el hado, la “Moira”, hay síntomas de mala digestión.

No hay nada gratuito en que María Elorza (Vitoria-Gasteiz, 1988) utilice a Virgilio consciente de lo que eso implica. Con menos venialidad de la que aparenta, Elorza da una vuelta de tuerca y, con ella, una apenas perceptible pero inevitable ruptura conceptual sobre lo que (nos) acontece en este arranque del siglo XXI.

Sobre una barca, sondeando el río, en busca de la imagen robada de San Juan Bautista que talló su aitite para presidir el altar mayor de la iglesia de su pueblo, Aitor, un niño de ocho años que se siente niña, recibe una lección sobre lo comprobable y lo intuido. Le dicen que lo que los ojos ven pertenece a lo obvio. En consecuencia, lo que los sentimientos reclaman, habita en otro nivel de percepción.

“Tin y Tina” nace de un cortometraje que ahora dura casi dos horas. Y nace bien. Con un guión meditado y personal, nada que ver con ese cine de consenso festivalero que se mueve entre la anorexia y el onanismo. Rubin Stein introduce en su primer largo alto voltaje. Sin duda “Tin y Tina” merece un pormenorizado estudio y que, dada la humildad de su presupuesto, corre el riesgo de pasar inadvertido.

Ramona (María Vázquez, Biznaga de plata de Málaga a la mejor interpretación femenina) camina sin aliento. Corre desesperada en un viaje donde no parece fácil discernir si huye de algo y si no llegará a ninguna parte. “Matria”, el filme de Álvaro Gago, empieza en el interior de una fábrica gallega donde se nos muestra a un grupo de limpiadoras a las que Ramona más que dirigir, espolea y ayuda.

La masa madre que da aliento y (con)forma a “Bajo terapia” se encuentra en el libreto teatral de Matías Del Federico, un dramaturgo argentino cuyas obras han encontrado un eco muy favorable. Además de “Bajo terapia”, Del Federico ha escrito “Los amigos de ellos dos”, “Para Anormales” y “Casados sin hijos”, textos con el común denominador de “su” generación que autorretrata, la clase social y los problemas de convivencia. Se trata de reflexiones de vocación popular sobre las relaciones afectivas, los hijos, la sexualidad, sus goces y sus errancias.

Tras un estreno interesante y vitalista, “La inocencia” (2019), Lucía Alemany ha perdido la suya, la inocencia laboral se sobreentiende, con su segundo trabajo, “Mari(dos)”. Si su primer largometraje crecía sobre la frescura y la verosimilitud, un relato fiado al ser más que al hacer de su joven protagonista, Carmen Arrufat; aquí todo se hace artificio, obra de profesionales en plenitud como lo son Paco León y Ernesto Alterio.