El pecado original del cine se esconde en su naturaleza, en ese ADN en el que se inscribe la biología que lo constituye. La materia primigenia del cine se llamó fotografía y surgió como consecuencia de la huella formada por esa herida de luz que reproduce la apariencia de lo real. Esa brecha sangrante impuso una deuda con el verosímil. Y así, desde su origen, el cine comercial ha estado encadenado a un sistema de representación de vocación aristotélica hipotecado al principio de causa-efecto.
La capacidad del cine fantástico para significar mucho más de lo que reproduce y representa y para convocar aquello que se escapa de la evidencia de su anécdota argumental, hacen de este género, el más polisémico de todos, el más inquietante, el que mejor puede y quiere simbolizar los miedos que amedrentan al ser humano y sus fantasmas. It Follows da una lección de solvencia del poderío del género fantástico.
Canet, actor antes que director, empieza este thriller de ecos clásicos y refuerzos modernos, con un guiño al cineasta de la posmodernidad. Todo despega en una habitación con olor a cerrado. Un tema destilado de un vinilo mete tensión y ruido. Uno de los tres personajes, inequívocamente peligrosos, cuenta un viejo chiste al estilo Tarantino. Y al estilo Tarantino, con sangre y disparos, empieza un filme que pronto cambiará de tono en busca del talento del coguionista.
Cuando en la recta final, en ese momento en el que el nudo comienza a des(a)nudarse, una de las walkirias juguetea con una pequeña caja de música, el público avezado (pre)siente, como hace el hierático Max-Tom Hardy, una sensación de déjà vu premonitoria y enigmática. Brilla fuera de la pantalla un relámpago de autoconsciencia que articula el pretérito, lo que ya sabíamos, con el por/venir.
Las aulas, la compleja situación de la enseñanza en la edad de las turbulencias adolescentes y en el seno de sociedades urbanas crispadas e incluso violentas, han servido de infinitas incursiones cinematográficas. En ese subgénero se inscribe La profesora de historia de Marie Castille Mention-Schaar. Sin recopilar la larga lista, baste señalar que la intención de esta película, de vocación aleccionadora y deseos moralizantes, casi siempre es lo que convoca y provoca incursionar en el mundo escolar.
Hubo un tiempo en que Atom Egoyan cortaba el aliento. Sus películas, siempre esperadas, siempre sorprendentes, se comportaban como precisos mecanismos que diseccionaban las oscuros humores del alma humana. Nadie como él desnudaba la amarga sensación de abismarse en el sentimiento de culpa.
Más versátil que Pedro Almodóvar, cineasta con el que se le comparó por muchas razones y no sólo estilísticas, François Ozon ha edificado una filmografía diversa y resbaladiza. De hecho, nunca se puede adelantar qué género abordará en su nueva entrega, hacia dónde se moverán sus intereses ni de qué iran sus historias.
Con su primer largometraje, Bullet Boy (2004), Saul Dibb no sólo ganó el premio al mejor nuevo director en el equivalente a los Goya británicos sino que sacó a pasear dos virtudes que ya nunca le abandonarían. Un innegable gusto por la banda sonora de sus películas y un acusado rigor por la calidad interpretativa de sus actores.
En Málaga, en su festival abrochado al cine español, A cambio de nada cosechó premios y parabienes. Sabemos que los ecos de ese festival nada garantizan y este largometraje con el que debuta como director Daniel Guzmán se alza como un buen ejemplo del pobre nivel de un evento mejor vendido que atendido. Guzmán, actor antes que director, debutó hace años con Sueños (2003), un cortometraje que tuvo una gran acogida y que todavía se recuerda.
Cuando el gran triunfador del Oscar 2015, Alejandro González Iñárritu, calificó a las películas de superhéroes de genocidio cultural, no lo hizo pensando en La era de Ultrón. Probablemente ni siquiera sabía que se estaba rodando. Iñárritu lo que hizo fue reiterar lo que en su película, Birdman, se hace evidente: que el director mexicano fue un niño sin tebeos.