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La sombra de Hitchcock se cierne sobre un filme extraño si por extraño se significa aquello que nos resulta raro y/o ajeno. Así, el filme protagonizado por Maika Monroe ha sido promovido bajo pabellón estadounidense pero su factura formal, su arco cromático y la geometría inquietante del imperio de los Ceaușescu le confieren al relato un aire europeo, decadente, transilvánico.

En algún lugar imposible, agarrado al recuerdo de “Diez negritos” y seducido por el eléctrico juego de manos de “Sospechosos habituales”, ideó el realizador francés, Régis Roinsard, un filme que teniéndolo todo para divertir hace todo lo posible por aburrir.

A Stephen King no le gustó nunca lo que Stanley Kubrick hizo con “El resplandor”(1977). Para el escritor, el cineasta era de hielo y su adaptación carecía de alma. Lo cierto es que Kubrick se apropió de la novela y borró el ADN de su progenitor. Abordó su filme, fiel a su gélida geometría. Elevó el cine de terror a la categoría de cine de culto. Algo insólito para un público que hace ascos a la fantasía.

Sostenida por el vaciamiento superlativo de Joaquin Phoenix, el actor digiere el libro de estilo del De Niro de “Taxi Driver” y “Toro salvaje”; “Joker” ya es leyenda. Posee el carisma de las obras de culto. Su director y coguionista, Todd Phillips, se ha movido como quien sabe que ha compuesto la partitura de su vida. Todo roza la excelencia. Todo rezuma solvencia. Le sobra calidad y regala a diestro y siniestro inquietantes paradojas.

Presidido por un aire de turbio extrañamiento, “La última lección” trata de descifrar el tembloroso palpitar de la brújula del presente. ¿Dónde está el norte, cuando el norte se deshace por el cambio climático y la corrosiva acción de una humanidad en crisis preludia su Armagedón? Con el acento puesto en esta ambiciosa e inabarcable cuestión, Sébastien Marnier se apropia y adapta a su universo la novela “La hora de la salida” (2002), de Christophe Dufossé.