Nuestra puntuación
En algún lugar entre Bergman y Antonioni
Título Original: CLOUDS OF SILS MARIA Dirección y guión: Olivier Assayas Intérpretes: Juliette Binoche, Kristen Stewart, Chloë Grace Moretz, Angela Winkler , Johnny Flynn, y Brady Corbet País: Francia, Suiza y Alemania. 2014 Duración: 123 minutos ESTRENO: Junio 2015
Por debajo de la piel con la que se recubre Viaje a Sils Maria, fluye sangre vieja, savia eterna. Ecos de un pasado solemne y grandioso. La opción de Assayas parece obvia: si se ha de referenciar a alguien, que sea a los más grandes. Y para el autor de Demonlover, entre los más grandes reinan Bergman y Antonioni. Pero no sólo ellos. La lista se hace larga y entre las referencias, la principal reside en ese espacio geográfico que preside su título: Sils Maria. Allí acudían a menudo autores como Proust y Hesse. En esos parajes de montañas y nieve, un museo reivindica a Nietsche. Allí estuvo todos los veranos hasta el último, el de 1889. Luego, el autor del Anticristo, cayó en Turín abatido por un rayo de depresión y silencio. Ya nunca regresó a Sils Maria; ya nunca recorrió las sendas escarpadas por las que los personajes de Juliette Binoche y Kristen Stewart practican un juego de espejismos y dobles, de extrañamientos y misterios.
En esas montañas donde las naturaleza conforma un prodigio tan maravilloso como insólito, una magnética serpiente de nubes, Assayas culmina una pieza magistral, un filme de pliegues y recovecos, de paralelismos y puntos de fuga que describe con honda precisión los principales temores del ser humano: la muerte, la soledad, el amor y el desamor, la juventud, la vejez, el sexo, la traición y el poder. Y como celofán distorsionador que amplifica todo ello, el lenguaje cinematográfico.
Recae sobre Assayas una titánica tarea. Desaparecidos los grandes integrantes de la Nouvelle Vague, (Godard hace tiempo que habita más allá de ese Olimpo), Assayas carga con el testigo de la tradición de ese cine de autor inequívocamente francés. Una encomienda que cada vez, con cada nueva entrega, le hace mejorarse a sí mismo. Como muestra, este viaje que describe el angustioso y febril movimiento estático de sus protagonistas. Aquí, Assayas, desde la ficción, ensaya una reescritura del inmediato pasado histórico. La muerte de un prestigioso director teatral, ¿Bergman?, una muerte consentida y aceptada, preside el proceso perverso de quien fuera una de sus más exitosas actrices. Con ese pretexto y con la excusa de que su fama arrancó con una obra que enfrentaba a una consagrada actriz con una arribista que le martirizaba con su juventud, la diva recibe una broma macabra. La que fuera la joven “Eva” que podía haber salido del filme de Mankievicz, ahora tendrá que encarnar a la gran estrella en el camino final hacia su ocaso.
Acompañada de una road manager, con la que establece una suerte de (auto)diálogo como si fuera el reverso del espejo, Assayas se lanza a tumba abierta a reflexionar sobre lo que ha representado y representa su cine. Binoche le da todo de sí misma, su personaje pasa del empalago a lo patético sin maquillaje ni truco. A su lado, Kristen Stewart alcanza una escalofriante perfección. La tercera en discordia, Grace Moretz también vuela alto. Lo suficiente como para honrar esas altas cumbres en las que habitan las películas más grandes de la historia del cine. Por eso, Assayas se detiene en Persona y en La aventura y en su propio legado, de Irma Vep a Las horas del verano.
El resultado, fascina por su detalle, conmueve por su respeto al dolor existencial y (con)vence por su generosidad como cineasta que no juzga ni desprecia. Ni siquiera descalifica ese cine de superhéroes e imágenes de síntesis. En las antípodas del pedantismo de Iñárritu, Assayas sabe que la profundidad de un estanque depende más del nivel del agua que de la altura de quien se mete dentro.
En esas montañas donde las naturaleza conforma un prodigio tan maravilloso como insólito, una magnética serpiente de nubes, Assayas culmina una pieza magistral, un filme de pliegues y recovecos, de paralelismos y puntos de fuga que describe con honda precisión los principales temores del ser humano: la muerte, la soledad, el amor y el desamor, la juventud, la vejez, el sexo, la traición y el poder. Y como celofán distorsionador que amplifica todo ello, el lenguaje cinematográfico.
Recae sobre Assayas una titánica tarea. Desaparecidos los grandes integrantes de la Nouvelle Vague, (Godard hace tiempo que habita más allá de ese Olimpo), Assayas carga con el testigo de la tradición de ese cine de autor inequívocamente francés. Una encomienda que cada vez, con cada nueva entrega, le hace mejorarse a sí mismo. Como muestra, este viaje que describe el angustioso y febril movimiento estático de sus protagonistas. Aquí, Assayas, desde la ficción, ensaya una reescritura del inmediato pasado histórico. La muerte de un prestigioso director teatral, ¿Bergman?, una muerte consentida y aceptada, preside el proceso perverso de quien fuera una de sus más exitosas actrices. Con ese pretexto y con la excusa de que su fama arrancó con una obra que enfrentaba a una consagrada actriz con una arribista que le martirizaba con su juventud, la diva recibe una broma macabra. La que fuera la joven “Eva” que podía haber salido del filme de Mankievicz, ahora tendrá que encarnar a la gran estrella en el camino final hacia su ocaso.
Acompañada de una road manager, con la que establece una suerte de (auto)diálogo como si fuera el reverso del espejo, Assayas se lanza a tumba abierta a reflexionar sobre lo que ha representado y representa su cine. Binoche le da todo de sí misma, su personaje pasa del empalago a lo patético sin maquillaje ni truco. A su lado, Kristen Stewart alcanza una escalofriante perfección. La tercera en discordia, Grace Moretz también vuela alto. Lo suficiente como para honrar esas altas cumbres en las que habitan las películas más grandes de la historia del cine. Por eso, Assayas se detiene en Persona y en La aventura y en su propio legado, de Irma Vep a Las horas del verano.
El resultado, fascina por su detalle, conmueve por su respeto al dolor existencial y (con)vence por su generosidad como cineasta que no juzga ni desprecia. Ni siquiera descalifica ese cine de superhéroes e imágenes de síntesis. En las antípodas del pedantismo de Iñárritu, Assayas sabe que la profundidad de un estanque depende más del nivel del agua que de la altura de quien se mete dentro.