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Como Jorge Oteiza, Hayao Miyazaki (5 de enero de 1941) se abrazó a la senectud antes de cumplir los sesenta años. Quiso hacerse viejo antes de serlo.  Así pues, se convirtió en (venerable) patriarca al anunciar que su tiempo ya había acabado. Investido con los atributos que se presupone a la ancianidad, entre otros, la sabiduría y el cansancio; el autor de «La princesa Mononoke» lleva años diciendo que se va, que su obra ya ha concluido.

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Con frecuencia Hirozaku Kore-eda construye sus películas con la mirada puesta en sus ancestros cinematográficos. Podría dar lugar a un revelador estudio desenterrar de su filmografía las reliquias provenientes de autores como Ozu, Naruse y Mizoguchi, entre otros, con los que su cine se hizo grande. Por más que Kore-eda les de la vuelta.

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Ninguneada por buena parte de la crítica y premio a la mejor dirección en el SSIFF de 2022, “A Hundred Flowers” se legitima con los mejores predicamentos del universo anime. Posee ese toque “hiperemocional” del género, algo menos que un lenguaje, mucho más que un medio pero, al escenificarlo con actores, se adivina que Genki Kawamura no tendrá fácil llegar a su público, ese que mejor sabría apreciar su primera película como director.

Aunque los cimientos sobre los que se construye “El rey ciervo” provengan de la obra de Nahoko Uehashi, reconocida narradora de literatura fantástica y autora entre otros relatos de “Moribito”; la sombra de “La princesa Mononoke” sobrevuela y vigila de manera omnipresente todos y cada uno de los intersticios de esta versión en anime de “El rey ciervo”.

Sin golpes en la mesa ni hitos deslumbrantes, Mamoru Hosoda ha conseguido lo que pertenece a los artistas más extremos. Recapitulemos. En las postrimerías del siglo XX, se impusieron autores como Otomo, Oshii, Kon, Kawajiri y Anno.

Levantada a partir de uno de los relatos cortos de Haruki Murakami,  “Hombres sin mujeres”, Hamaguchi ha concretado uno de esos filmes inmensos e imperecederos; un hermoso largometraje de tres horas que justifica su duración con el argumento irrefutable de su capacidad para conmover.