Más allá de su espectacular belleza, de su virtuosismo animado y de su extraordinaria calidad, con “Suzume”, Makoto Shinkai expone e impone ese impulso extraordinario que la mayor parte del arte del siglo XXI ha perdido. Hablamos del don de la pasión, de ese poder y deber de saber conmocionar.

Aunque formalmente en nada se parezca la película de Yasuhiro Yoshiura a “Ghost in the shell” (1995) de Mamoru Oshii, un cordón, apenas perceptible, une ambos relatos y da noticia del cambio de sensibilidad e intereses entre el final del siglo XX y el tercer decenio del siglo XXI. Por edad, Yoshiura podría ser hijo de Oshii.

Más de mil episodios le preceden, compilados en un centenar largo de volúmenes manga que empezaron a editarse en 1997. Sus ventas son multimillonarias y su autor, Eiichirō Oda, luce el récord de haber vendido más de 500 millones de copias de su criatura sin determinar el incontable “merchandising” y sus múltiples manifestaciones.

Aunque los cimientos sobre los que se construye “El rey ciervo” provengan de la obra de Nahoko Uehashi, reconocida narradora de literatura fantástica y autora entre otros relatos de “Moribito”; la sombra de “La princesa Mononoke” sobrevuela y vigila de manera omnipresente todos y cada uno de los intersticios de esta versión en anime de “El rey ciervo”.

Convertido en la revelación del momento, el cineasta japonés Ryûsuke Hamaguchi ha emergido en el año más difícil de cuantos llevamos en el siglo XXI a lomos de la fuerza del verbo. Su cine se llena de palabras y con ellas, desde ellas, Hamaguchi extrae emociones y teje relatos deslumbrantes, brillantes, rotundos.