Kei Chika-ura nacido en Japón hace 47 años, parece un monje budista, pero en realidad es guionista y director de cine. En su corta obra figuran un par de cortometrajes y su primer largo: «Complicity» (2019), una apreciada crónica sobre un inmigrante chino sin papeles en el Japón de ahora.
La simple descripción de la radiografía familiar que encierra esta obra de Yamada desemboca en un diagnóstico deprimente. «Una madre de Tokio» retrata tres personajes al borde del desahucio. Una abuela viuda que siente el aliento de la ancianidad al tiempo que se aferra a un último tren del amor cuando la taquilla parece cerrada.
Para su octava producción bajo el sello Ghibli, Hayao Miyazaki escogió la novela homónima de la escritora británica Diana Wynne Jones. Autora de más de cuarenta piezas literarias dirigidas a un público juvenil e infantil, Diana Wynne, una especie de Agatha Christie de la literatura fantástica para teenagers le aportaba a Miyazaki ese contexto victoriano que tanto le gusta
«Nausicaä» es a Ghibli, lo que Jokanaan, el bautista, fue para Cristo: el heraldo de su venida. Antes de que Miyazaki y Takahata fundasen Ghibli -y al hacerlo consumasen el sueño de Osamu Tezuka por el que la más importante animación del final del siglo XX y todo lo que llevamos del XXI dejó de pertenecer a Disney para ser japonesa-, surgió esta fascinante epopeya cuya belleza y cuyo «mensaje» hoy parecen más pertinentes que nunca.
Tras el profundo vaciamiento emocional que significó «Drive my car» (2021), Ryûsuke Hamaguchi (Kanagawa, 1978) deja a un lado los soportes de la alta costura literaria (y teatral) para, desprovisto de coartadas culturales y sin la ayuda de Chejov ni Murakami, abismarse en una naturaleza crepuscular.
En sus primeros pasos, cuando un puñado de jóvenes alemanes, sin sentimiento de culpa por el pasado reciente, reclamó la necesidad de poder expresarse cinematográficamente, Win Wenders (Düsseldorf, 1945) no creía en el relato.
Como Jorge Oteiza, Hayao Miyazaki (5 de enero de 1941) se abrazó a la senectud antes de cumplir los sesenta años. Quiso hacerse viejo antes de serlo. Así pues, se convirtió en (venerable) patriarca al anunciar que su tiempo ya había acabado. Investido con los atributos que se presupone a la ancianidad, entre otros, la sabiduría y el cansancio; el autor de «La princesa Mononoke» lleva años diciendo que se va, que su obra ya ha concluido.
Con frecuencia Hirozaku Kore-eda construye sus películas con la mirada puesta en sus ancestros cinematográficos. Podría dar lugar a un revelador estudio desenterrar de su filmografía las reliquias provenientes de autores como Ozu, Naruse y Mizoguchi, entre otros, con los que su cine se hizo grande. Por más que Kore-eda les de la vuelta.
Ninguneada por buena parte de la crítica y premio a la mejor dirección en el SSIFF de 2022, “A Hundred Flowers” se legitima con los mejores predicamentos del universo anime. Posee ese toque “hiperemocional” del género, algo menos que un lenguaje, mucho más que un medio pero, al escenificarlo con actores, se adivina que Genki Kawamura no tendrá fácil llegar a su público, ese que mejor sabría apreciar su primera película como director.
Más allá de su espectacular belleza, de su virtuosismo animado y de su extraordinaria calidad, con “Suzume”, Makoto Shinkai expone e impone ese impulso extraordinario que la mayor parte del arte del siglo XXI ha perdido. Hablamos del don de la pasión, de ese poder y deber de saber conmocionar.