El niño con suerte de «Slumdog Millionaire» (2008) encarna a este «hombre mono» de infausto destino. En él, Dev Patel hace casi todo. Dirige, coescribe y protagoniza su debut como realizador.
Ahora que la fórmula da síntomas de agotamiento, cuando tanto la Marvel como la DC dan bocanadas de agotamiento y desorientación, proliferan las dentelladas críticas contra la insustancialidad de un subgénero que agoniza. «Madame Web», un retruécano argumental de Spiderman y sus incontables secuelas en clave femenina, ha salido muy mal parada tras su estreno mundial
A estas alturas, cuando uno descubre el nombre de Matthew Vaughn al frente de un proyecto fílmico, ya sabe a qué se enfrenta. Autor de títulos tan transparentes y poco ambiguos como «Kick-Ass» (2010), «X-Men: primera generación» (2011) y «Kingsman: servicio secreto» (2014), este director londinense nacido al comienzo de los años 70, se mueve con agilidad e ingenio dentro de ese cine con vocación mainstream que mezcla acción con humor, caricatura ácida con aventura destroyer, sabedor de que no debe perder de vista al gran público.
En sus años de plenitud, poco antes de desaparecer por el ruido de las palabras, el cine silente tendía hacia su sublimación tratando de que los intertítulos no fueran necesarios. La imagen debía ser hegemónica y la palabra escrita (sustituto del verbo que no tenía) inexistente.
El 12 de agosto de 2000 la explosión accidental de un torpedo provocó el hundimiento del submarino nuclear K-141 Kursk. El eco siniestro de aquel incidente destila el barniz de verosimilitud oportuno para esta fabulación sobre la IA y sus peligros, de la que se ocupa la última “Misión imposible”.
Cuando se estrenó el primer Indiana Jones en 1981, el que iba “En busca del Arca Perdida”, el arqueólogo Mr. Jones, tenía 37 años. La acción del filme transcurría en el triste tiempo de 1936 y el actor, Harrison Ford, nacido el 13 de julio de 1942, había cumplido en el momento del rodaje los 38 años.
Con cada nueva entrega se abre más y más la brecha que separa el público iniciado con el proyecto Marvel-Disney de quienes se han ido alejando de él o, simplemente, no lo soportaban. De momento, los primeros hacen buena caja y evidencian una fidelidad extrema. Basta con ver cómo, al final de cada nueva entrega, las salas que suelen quedar vacías en cuanto aparecen los créditos, permanecen con el 80% de quienes han entrado, expectantes ante lo que no es sino un guiño sobre lo que vendrá en las siguientes aventuras.
Con 54 años, ocho hijos, una vieja y dominada dislexia y dos “ex”, una de ellas Madonna, Guy Ritchie, si no está de vuelta, lo parece. Poseedor de un estilo febril, videoclipero de raza y ritmo anfetamínico, hace años que dirige para sí mismo; o sea hace lo que le da la gana.
Al igual que en la entrega anterior, Ryan Coogler, un profesional afroamericano en cuya carta de presentación brilla su oficio para resolver con dignidad la séptima entrega del alter ego de Sylvester Stallone, “Rocky, Creed” (2015), repite la dirección y coescritura de “Black Panther”. Su presencia garantiza la continuidad y establece un curioso y renovador díptico en torno al superhéroe africano de la familia Marvel.
Más de mil episodios le preceden, compilados en un centenar largo de volúmenes manga que empezaron a editarse en 1997. Sus ventas son multimillonarias y su autor, Eiichirō Oda, luce el récord de haber vendido más de 500 millones de copias de su criatura sin determinar el incontable “merchandising” y sus múltiples manifestaciones.