Recibida con arrebatadas muestras de complicidad por su ¿militancia? «queer», «Sangre en los labios», guste más o guste menos, legitima la singularidad de Rose Glass como directora poseedora de un universo insólito y fascinante.
“Desconocidos” aparece como una planta exótica crecida en una encrucijada de caminos. Sus raíces provienen del universo de Taichi Yamada, un escritor y guionista japonés autor de la novela en la que el filme se inspira y que murió en noviembre de 2023, poco después del estreno de esta película.
A algunas películas se las ve venir desde el minuto uno. Si además, como en este caso, vienen firmadas por un cineasta veterano cuya coherencia no cede a tentación alguna, su visión se convierte en un acto de confirmación, un suspiro de reafirmación. Así pues, “El caso Braibanti” crece sobre un gesto de fidelidad extrema.
Almodóvar comienza su primer western, que ni es western ni es largo, con el manual de John Ford bajo el brazo. Como relata Steven Spielberg en “Los Fabelman” al reconstruir la fugaz conversación entre el autor de “Tiburón”, o sea él mismo, y el viejo maestro de “El hombre tranquilo”, o sea John Ford: en el arte cinematográfico la clave está en saber cómo colocar la cámara en relación con el horizonte. O arriba o abajo pero jamás en medio; esa es la “boutade”.
Más allá de la monumental presencia de Stanley Kubrick, estadounidense autodesterrado en Gran Bretaña donde desarrolló la mayor parte de su carrera tardía; en los años 80, los de Margaret Thatcher, pasaron muchas cosas en la patria de Dickens y Chesterton. Pocas fueron buenas.
Sin echar mano del cronómetro de manera rigurosa se diría, a golpe de emoción, que el 95% del metraje de “El caftán azul” pertenece a la esfera de lo privado. Casi todo en esta hermosa película, que apenas se mueve y que jamás se detiene, se dirime en la atmósfera de lo íntimo.
La magnética autenticidad, aparentemente desprovista de oficio, que Pedro Fasanaro aplica en el dibujo de su personaje en “Desierto particular”, atraviesa a la película de Aly Muritiba con la eléctrica sensación de lo cierto. No era fácil. En “Todo sobre mi madre” por ejemplo, Pedro Almodóvar tejía una fascinante red de atracción en torno al personaje “del padre” de Esteban, el joven adolescente al que Eloy Azorín daba vida durante el primer acto de la que sigue siendo uno de los mejores filmes del director manchego.
Rodado en Taiwan, producido bajo bandera austriaca y apoyado por inversiones francesas y belgas, “Moneyboys” significa el debut en la realización de C.B. Yi; un director de origen chino cuyo aspecto podría confundirse con cualquiera de los jóvenes actores de su película.
La biografía de Terence Davies aparece escrita sobre renglones (re)torcidos. Su vida ha ido avanzando sobre las oxidadas vías de un ferrocarril que parecía estar destinado a quedar varado en una estación sin pueblo. Ya había cumplido los 25 años cuando el joven Davies se ahogaba en la oscura y estrecha jaula de un discreto contable de segunda condenado a pudrirse en una oficina de transportes de su Liverpool natal.
Escrita y dirigida por Leonie Krippendorff, todo en “El despertar de Nora”, así se ha titulado entre nosotros lo que en su idioma original, alemán, era “Kokon”, o sea “capullo”, apunta a ese día de la transformación, el verano de todos los veranos, aquel en el que el cuerpo de una niña deja de serlo para dar paso a su adolescencia.