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Un mes y un día antes de que Franco diera rienda suelta a su naturaleza de depredador sanguinario con el «alzamiento nacional», nació Ken Loach. Aunque en su filmografía la guerra civil española ya había estado presente, fue cincuenta y nueve años después cuando Loach filmó «Tierra y libertad», su visión de una contienda, más bien una masacre, que él reconstruyó de manera espartana.

Hay muchas circunstancias que confluyen en esta adaptación memorable de la no menos valorable obra de Edmond Rostand. La exógena, la que no resulta perceptible en la pantalla, se llena de roces íntimos entre quienes han hecho posible esta adaptación y sus propias vidas.

Sin salir casi de casa, como si se hubiera filmado en tiempos de confinamiento, la mayor parte de cuanto acontece en “El brindis” transcurre en la sala de un comedor familiar. Cinco personajes presentes y una ausencia que se presiente, sirven de válvula de escape al conductor de un relato costumbrista heredero de esa fiebre contagiosa y manoseada hasta la desesperación a la que llamamos monólogos.

De la capacidad como directora de Greta Gerwig, actriz estadounidense de ascendencia alemana, tuvimos noticia cuando hace dos años presentó “Lady Bird”, un “mumblecore”, un retrato juvenil, que tenía en Saoirse Ronan a esa intérprete en estado de gracia capaz de sublimar el papel que se le ha otorgado.

Tras la pesadilla del “Txantxigorri´s killer” (ver crítica de “El guardián invisible” en www.ghostintheblog.com), y forjada por los mismos creadores, llega este “Mater horribilis” que se encomienda a Tartalo, ante cuya enunciación, uno de los policías, en un exceso de sinceridad autoral, exclama; “Primero Basajaun, ahora Tartalo, el siguiente será el Olentzero”.

La materia que conforma lo que “Ventajas de viajar en tren” lleva en su interior carece, en apariencia, de identidad reconocible. Esta primera película de larga duración de Aritz Moreno si no estuviera interpretada por actores de cuajo hondo y recorrido largo, costaría trabajo saber a qué país pertenece. Esa singularidad, ese toque, más excéntrico que exótico, cabría atribuirlo al autor de la novela que le sirve de partida. O sea al recomendable Antonio Orejudo.