Irreprochable en su producción, «Better Man» encierra una vuelta de tuerca al canónico «biopic» levantado bajo el control absoluto de la persona biografiada. Esa persona, cantante, productor y protagonista de «Better man», se llama Robbie Williams

Al principio y al final, Javier Macipe muestra en “La estrella azul” las tripas del constructo cinematográfico. Enseña el artificio del cine en un gesto de coherente honestidad. Es posible que, en su arranque, esa alusión al guión que guía pero no conduce este filme, y que nos recuerda que lo que vamos a ver será una representación, pase desapercibida.

Al parecer miembros de la familia Marley han alimentado este monstruo que devora la figura del autor de «Exodus». Es sabido que de las buenas intenciones y de las pequeñas ambiciones dios nunca nos libra. De modo que «Bob Marley: One love», un errático biopic dirigido con poca cabeza y corazón en ruinas por Reinaldo Marcus Green, deviene en un extraño homenaje del que Marley hubiera salido por patas.

Se ha reiterado en diferentes crónicas y reseñas sobre el filme de Sofia Coppola, como si eso fuera una virtud añadida, que frente al retrato masculinizado de Elvis Presley de Baz Luhrmann, centrado en la jaula de oro en la que se convirtió su vida, aprisionado en sus últimos años en Las Vegas, “Priscilla” cultiva un tono más femenino, más sereno, más intimista.

«Como un reloj de péndulo, este “Ferrari”de Michael Mann avanza a partir de dos escenarios. A la izquierda, el mundo de las carreras de automóviles, un universo de gasolina, asfalto, poder y muerte. A la diestra, las alcobas y el sexo, un territorio concebido como una bifurcación de dos camas, dos hogares, dos mujeres.»

Los restos de Nureyev descansan desde el 13 de enero de 1993 en el cementerio ruso de Sainte-Geneviève-des-Bois en Francia. Se trata de un gesto de ratificación identitaria, dado que Moscú y París, Francia y la URSS fueron los territorios decisivos donde transcurrió la existencia de quien está considerado como uno de los mejores bailarines clásicos del mundo.
Por las venas del bailarín moscovita corría la misma sangre repleta de glóbulos divinos que atravesaba a luminarias como María Callas o artistas como Pablo Picasso.

Narrada bajo el aspecto de un enorme flashback, “Conociendo a Astrid” se centra en apenas media docena de años de la vida de la celebrada autora de Pipi Calzaslargas. Salvo algunos contrapuntos que muestran a una Astrid ya anciana rodeada de cartas con dibujos y dedicatorias de jóvenes lectoras que agradecen su sensibilidad, el 95% del metraje de este biopic dirigido por Pernille Fischer Christensen se centra en el paso crucial de la adolescencia a la maternidad. Es decir, ese tiempo en el que, para la directora y coguionista, se forjó el acervo de la archiconocida escritora sueca.

La película arranca sobre el primer plano de dos sombreros bombín colgados en un perchero. Conforme el encuadre se abre y se ensancha el campo de visión veremos, hablando, a sus dueños; los protagonistas que dan título al filme: Stan Laurel y Oliver Hardy. Estamos, un rótulo así lo indica, en 1937, en unos estudios cinematográficos. La conversación entre Stan y Oliver se ejecuta entre dos espejos colocados de manera estratégica.