Cuando empezó a gestarse «Robot salvaje», la compañía Dreamworks hizo correr la noticia de que sería su última película de animación grabada en sus estudios. Una semana después de su estreno, se anuncia que la segunda parte llegará pronto.
En formato 4:3, con escala cromática propia del cine amateur setentero y con un ritmo anfetamínico, speed de receta; las dos horas del nacimiento y formación de una bestia llamada Donald Trump dan noticia del ser más ridículo de la colección de líderes políticos patéticos que hoy gobiernan o intentan gobernar el mundo.
Resulta arduo atender a (y entender) las decisiones de Francis Ford Coppola en «Megalópolis» sin olvidar que se trata del autor de algunas de las películas más influyentes y decisivas del último tercio del siglo XX.
Con un título en castellano que se equivoca y que equivoca, aparece esta ópera prima de una directora nacida en Toronto en 1986 y forjada y fajada en series como «The Great» y «Black Mirror», entre otras. Ally Pankiw irrumpe en la escena del largometraje con un filme de prosa veloz y emociones contenidas.
«No hables con extraños» se puede definir como un modelo, como un mal viaje y como un thriller perturbador y molesto. Es modelo de imitación, un fiel exponente de ese vampirismo hollywoodense que, agotado de repetirse, no duda en comprar de cualquier parte del mundo lo que olfatean como carne de éxito.
En 1994, «Pulp Fiction» se paseó por Cannes y dejó sin la Palma de Oro a títulos como «Rojo» de Kieslowski, «¡Vivir!» de Zhang Yimou, «A través de los olivos» de Abbas Kiarostami, «Caro diario» de Nanni Moretti, «El gran salto» de los Coen y «Exótica» de Atom Egoyan, entre otros.
Un parpadeo repetido suele ser la clave para detectar una mentira. O una señal de socorro de quien no puede hablar, bajo la (o)presión de una amenaza cercana. Ambas cuestiones, el miedo y la impostura, rondan una de las peores lacras del siglo XXI consecuencia del origen de nuestras sociedades, los abusos y maltratos machistas.
Shyamalan, ya se ha señalado en otras ocasiones, comparte con David Lynch una referencia común, la ciudad de Filadelfia, ese corazón de la América profunda donde la legendaria «Liberty Bell», la campana rota, ofrece al turista su herida abierta como si con ella se pudiera contener la pesadilla que cada día hunde más a un país víctima de su mentira.
No había cumplido 9 años, cuando Oz Perkins empezó a trabajar en el cine junto a su padre. Ni su progenitor era desconocido, ni aquella secuela de su personaje más inolvidable tenía posibilidad de superar el modelo de partida.
Aunque desconociéramos todo sobre Monia Chokri, aunque fuera ésta la primera vez que hubiéramos leído su nombre en una película, la visión de «Simple como Sylvain» dejaría claro que esta directora (y actriz) algo sabe y mucho debe al hacer de gentes como Denys Arcand y Xavier Dolan.