El verano de 1998, Nueva York se sofocaba bajo el mandato de Rudy Giuliani, un alcalde populista que, entre otras hazañas, desalojó Manhattan de vagabundos de suerte incierta y final trágico. Aquello inició la «disneylandización» de la ciudad donde Martin Scorsese fraguó sus mejores pesadillas de violencia, venganza y odio.
El bigote de Hércules Poirot, la causa de su ausencia-presencia, da pie a un preámbulo bélico el que se nos describe, en blanco y negro, la juventud del carismático personaje creado por Agatha Christie. Digamos que esta nueva adaptación del relato escrito por la llamada reina del «¿quién es el asesino? (whodunit)», en 1937, nada nuevo aporta a lo ya mostrado por ejemplo en el convencional filme de Guillermin (1978).
Ópera prima de Kim Yong-hoon, “Nido de víboras” crece sobre los mejores precedentes de una de las cinematografías más en forma de los últimos años, la de Corea del Sur. Con esa lección bien aprendida, Kim Yong-hoon construye su nido a partir del camino abierto por cineastas como Park Chan-wook y Bong Joon-ho.
“La casa Gucci” nació, al parecer, gracias al olfato de la esposa de Ridley Scott quien, tras tener noticias del libro de Sara Gay Forden, entendió que allí había materia para una película importante. Así que, para garantizar su importancia, Ridley Scott puso todo su empeño para enrolar a un reparto impresionante.
La película se abre con imágenes de bomberos saltando en paracaídas para descender allí donde reina el fuego. Termina con sus protagonistas chamuscados y en tierra firme tras una aventura que promete más de lo que da. Especialmente por la falta de tensión en el relato y por la escasa hondura en el modelado de los “malos” de un filme cuyo leit motiv se nos oculta.






