En la biografía de Abraham Stiller, el protagonista del argumento de «Nunca más», se acumulan las anécdotas más relevantes. Su hermano, Mauritz Stiller, fue pionero del cine mudo y figura relevante junto al Victor Sjöström de la primera edad de oro del cine sueco.
Entre Michel Hazanavicius (París, 1967) y Pablo Berger (Bilbao, 1963) se dan extrañas coincidencias e importantes diferencias. Pero, ciertamente, al observar la filmografía de ambos sorprende encontrar que tanto uno como otro, lejos de permanecer fieles a la demanda del mercado, abundan en incursiones heterodoxas.
Situada en el valle alpino de Val di Sole, en la provincia de Trento, cerca de la frontera que Aníbal decidió cruzar en compañía de sus elefantes para doblegar a Roma, Vermiglio es una pequeña localidad que, a partir de la segunda guerra mundial, poco a poco ha ido perdiendo habitantes en esa espiral crepuscular propia de la Italia vaciada.
Los nazis, con sus campos de exterminio, representaron la máxima ignominia del ser humano. Nunca la humanidad se había envilecido tanto. Pero fue EE.UU. con sus dos bombas atómicas lanzadas sobre dos poblaciones indefensas, Hiroshima y Nagasaki, quien entreabrió la puerta a la ira de dios, suya fue la hora del apocalipsis; la acción más sanguinaria realizada jamás por nadie.
Nadie como los británicos para convertir en oro sus excrementos. Tanto y tan arteramente reescriben la historia que figuras como Enrique VIII o Winston Churchill, que probablemente no podrían -o no deberían- salir a la calle de vivir hoy, se han convertido en leyenda y objeto de veneración. La historia que aquí se cuenta ya había sido llevada al cine en 1956, “El hombre que nunca existió”.






