Como la falla a la que designa su título, esta película está atravesada por una grieta que resquebraja de arriba abajo su contenido. A un lado, en el bando escópico, todo evidencia oficio, eficacia, ambición y por qué negarlo, incluso talento industrial. No es fácil crear esa sensación de apocalipsis por mucho dinero real o/y mucha pólvora virtual de la que se disponga.
A María Ripoll se le veía venir y se le temía llegar. Por no remontarnos en la historia, basta con rememorar su anterior largometraje: Rastros de sándalo. Mejor aún, si quien lee esto, tiene ganas y curiosidad, que se dé un paseo por su página web.
En la fase principal, en el punto de fusión del argumento de Jurassic World, los protagonistas encuentran restos del primer Jurassic Park, aquel que comenzó todo consagrando a Spielberg como el director de moda de los años 90. Con esos restos, puras reliquias de cifenilia fervorosa, los personajes salvan el pellejo. Así, el cine nutre al cine, lo virtual se hace real y la aventura cobra tintes de renacimiento en un filme irreprochable porque da de sí todo lo que podía dar un proyecto que nace con los puntos cardinales de su territorio perfectamente prefijados.