Sandro Veronesi, reconocido novelista italiano, posee una legión de lectores que le respetan y le consideran uno de los mejores autores de su generación. Con “El colibrí” -editada en castellano por Anagrama-, volvió a ganar el premio Strega en 2019, máximo galardón literario de Italia que ya había ganado tres lustros antes con “Caos calmo”.

“Una buena persona” se mueve entre dos problemáticas unidas a un personaje, Allison. El personaje lo interpreta una actriz carismática, Florence Pugh, que en este caso (a)parece desorientada. En buena medida porque la dirección de Zach Braff, realizador y guionista, no logra zafarse de lo convencional.

Joanna Hogg, directora y guionista de “La hija eterna” no es ninguna recién llegada al mundo del cine, por más que el mundo parezca que acaba de llegar a su cine. Nacida en Londres en 1960, antes de que los Beatles lo cambiaran todo, no hay nota informativa sobre ella que no recuerde que Derek Jarman fue su mentor.

“La quietud en la tormenta” posee la atractiva convicción de esos instantes, de esos relatos, que se sienten únicos. Ha sido impresa en un blanco y negro de suaves contrastes pero sin evitar algunos contraluces que, a veces, oscurecen el todo. Baila sobre una línea temporal resquebrajada; antes la hubiéramos tildado de cubista, hoy se hablará quizá del metaverso.

Luego aclararemos si “Beau” tiene miedo y a qué, pero de entrada se constata que de lo que podría carecer su director, Ari Aster (Nueva York, 1986), es de sentido de la medida. Se ha tildado su última obra con argumento tan irrefutables como autocomplacidos, de descomunal, hiperbólica, exagerada, desproporcionada, pomposa y retumbante.

La pieza sobre la que se edifica este descenso al infierno de la enajenación, parte de una idea preñada de deseos reivindicativos. “Harka” aspira a poner rostro a uno de esos ciudadanos anónimos cuyos gestos dan lugar a puntos de inflexión que sacuden al mundo. Son personajes de nombre olvidado y biografía invisible.

No hay nada gratuito en que María Elorza (Vitoria-Gasteiz, 1988) utilice a Virgilio consciente de lo que eso implica. Con menos venialidad de la que aparenta, Elorza da una vuelta de tuerca y, con ella, una apenas perceptible pero inevitable ruptura conceptual sobre lo que (nos) acontece en este arranque del siglo XXI.