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En sus primeros largometrajes, menos ambiciosos formalmente y, por eso mismo, más ajustados, más sólidos, Ruben Östlund sumía al público en ese terreno pantanoso donde los juicios morales y los prejuicios entran en serio conflicto. “Play” (2011) y “Fuerza mayor” (2014) mostraban una capacidad extraordinaria para palpar la incomodidad de lo convencional al desvelar la fragilidad de lo aparente.

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En “La ciudad perdida”, deshilachada copia de “Tras el corazón verde”, Sandra Bullock salvaba los muebles del proyecto porque, durante unos minutos, Brad Pitt aparecía en su ayuda. El filme de los hermanos Nee evitaba el siniestro total gracias a un cameo largo e irreprochable del “Aquiles” de “Troya”.

Daniel Brühl, como Javier Bardem o Gael García Bernal, se ha convertido en uno de esos actores emblemáticos de su país de origen al que siempre que se proyecta una superproducción con un reparto coral tipo UNESCO, se les incluye en el reparto. Inevitablemente se cuenta con el(los) para sostener esos desvaríos con sed de globalidad y avidez de ingresos multimillonarios.

“La Gomera”, en realidad su título original sería “Los silbadores”, hace de la práctica que caracteriza esa singular tradición comunicativa de la isla canaria, el silbo gomero, un pretexto y un símbolo; un divertimento y un diagnóstico.