En 1994, «Pulp Fiction» se paseó por Cannes y dejó sin la Palma de Oro a títulos como «Rojo» de Kieslowski, «¡Vivir!» de Zhang Yimou, «A través de los olivos» de Abbas Kiarostami, «Caro diario» de Nanni Moretti, «El gran salto» de los Coen y «Exótica» de Atom Egoyan, entre otros.
Ciertamente, durante la proyección de una película nuestro estado de ánimo pasa por diferentes sensaciones; a veces incluso por emociones enfrentadas que van de la admiración al rechazo. Quienes dominan bien el arte del relato audiovisual saben cómo predisponer la atención para acabar seduciendo.
En sus primeros largometrajes, menos ambiciosos formalmente y, por eso mismo, más ajustados, más sólidos, Ruben Östlund sumía al público en ese terreno pantanoso donde los juicios morales y los prejuicios entran en serio conflicto. “Play” (2011) y “Fuerza mayor” (2014) mostraban una capacidad extraordinaria para palpar la incomodidad de lo convencional al desvelar la fragilidad de lo aparente.
La actividad profesional de Álex de la Iglesia no cesa. Hombre de pasiones y pulsiones bizarras e hiperbólicas, da igual que sea productor, director, o “factótum”… él trabaja sin descanso, febrilmente, sin contención. En estos momentos su nombre aparece en múltiples frentes pero vinculado siempre a dos tendencias, el fanta-terror y la comedia. E
En “La ciudad perdida”, deshilachada copia de “Tras el corazón verde”, Sandra Bullock salvaba los muebles del proyecto porque, durante unos minutos, Brad Pitt aparecía en su ayuda. El filme de los hermanos Nee evitaba el siniestro total gracias a un cameo largo e irreprochable del “Aquiles” de “Troya”.
Si para Kundera lo insoportable era la levedad del ser, para un Nicolas Cage capaz de reírse de sí mismo y de la imagen que lo representa, lo insoportable mana de la vanidad de los actores, lo que no (se) aguanta es ese narcisismo ególatra con(tra) el que el sobrino de Coppola lleva lidiando desde su mismo origen profesional.
Daniel Brühl, como Javier Bardem o Gael García Bernal, se ha convertido en uno de esos actores emblemáticos de su país de origen al que siempre que se proyecta una superproducción con un reparto coral tipo UNESCO, se les incluye en el reparto. Inevitablemente se cuenta con el(los) para sostener esos desvaríos con sed de globalidad y avidez de ingresos multimillonarios.
Dinamarca no cree en los superhéroes pero sabe que el tiempo de Dreyer ha pasado. El de Lars von Trier probablemente también. Su mirada hace ya tres o cuatro proyectos que presenta síntomas preocupantes de un crepúsculo precoz.
Dura apenas unos segundos pero es un gesto subrayado. Es al comienzo, cuando todavía no se sabe muy bien si este filme transitará por el sendero del populismo demagógico deQuentin Tarantino o si habita en él una mirada menos “testosteronizada”.
“La Gomera”, en realidad su título original sería “Los silbadores”, hace de la práctica que caracteriza esa singular tradición comunicativa de la isla canaria, el silbo gomero, un pretexto y un símbolo; un divertimento y un diagnóstico.