Como delata su título, «Vida en pausa» se comporta como un fotograma congelado. De hecho, un escalofrío siniestro ralentiza el movimiento de su acción. Todo en este relato se mueve con desoladora parsimonia.

Nick Hamm (Belfast, 1957) empezó a dirigir cine al final de los 80. En este tiempo ha realizado una quincena de largometrajes siempre discretos, siempre olvidables. Sus películas pertenecen a ese fondo de armario de los vídeo-clubs (cuando existían) donde permanecían intocables porque eran pasto de la indiferencia.

Señalada como una de las grandes películas de este año, «Misericordia» desembarca precedida por la aclamación crítica y la admiración festivalera. Pero conviene tener en cuenta que una parte de esos aplausos pertenecen, no tanto a lo que aquí nos aguarda como a la trayectoria de Alain Guiraudie, un cineasta francés que se hizo universal a raíz de su cuarta película: «El desconocido del lago» (2013).

Presentado como el cuento de un ogro temible y terrible, pero cuento de hadas porque en él se impone una querencia fabuladora y ejemplar, Karim Aïnouz comparte con el Albert Serra de «La muerte de Luis XIV» (2016), su disposición de aprehender la esencia de una existencia a partir de los últimos suspiros del personaje biografiado.

Gógol, Tolstói y Dostoyevski, entre otros muchos, algo dijeron y mucho sabían de eso que se dio en denominar «el alma rusa». De hecho, las esencias de esa resbaladiza naturaleza se derraman en sus novelas; en esos textos de alta densidad y hermosa literatura que muestran una singular complejidad al servicio de unos comportamientos psicológicos a menudo incomprensibles y siempre desconcertantes para quien ha nacido lejos de Moscú.

Situada en el valle alpino de Val di Sole, en la provincia de Trento, cerca de la frontera que Aníbal decidió cruzar en compañía de sus elefantes para doblegar a Roma, Vermiglio es una pequeña localidad que, a partir de la segunda guerra mundial, poco a poco ha ido perdiendo habitantes en esa espiral crepuscular propia de la Italia vaciada.