El status de Fred Schepisi le condena a ese pelotón de directores cuyo nombre no se olvida nunca del todo pero al que nunca se le echa de menos. Está ahí y siempre al frente de películas destinadas a ser carne de pelotón, gregarios ajenos a los que nunca se les invitará a la noche del Oscar y raramente conseguirán récords de taquilla.

Así como los accidentes de circulación suponen la mayor intromisión del azar y la muerte en las acomodadas existencias de la clase media de la sociedad del bienestar; la boda y su ritual, parece ser el gran evento, ese pequeño y fugaz fogonazo de glamour para esas vidas comprometidas con una rutina sin sobresaltos. Convertido en un subgénero, el número de películas que gira en torno a una boda crece cada momento.

Hace 40 años, un filme oscuro y silencioso, puro blanco y negro interpretado por actores tan desconocidos que nunca más se les volvió a ver, provocó en las salas de cine un fenómeno extraño. Su argumento denunciaba una agresión sexual, un abuso de género en una sociedad primaria y rural. Alimentaba un microcosmos ubicado en un terreno inhóspito de pieles sin cronología y de personajes sin tiempo.

Desde su nacimiento al cine, la trayectoria de Isaki Lacuesta se ha significado por su falta de ortodoxia. Se diría que Lacuesta trata de regatear a su propia sombra especialmente cuando ésta ha sido saludada por el éxito y los parabienes. Fiel a ese ideario, en cada nuevo proyecto aparece con el paso cambiado respecto a lo que había sido su obra precedente.

¿Qué le quedaba por hacer a Russell Crowe después de haber interpretado a Máximo Décimo Meridio, el favorito del emperador Marco Aurelio, a Robin Hood, al campeón mundial de los pesos pesados James J. Braddock, al padre de Superman o a Noé, y después de haberse atrevido a poner no solo su figura sino también su voz al malvado Javert en Los Miserables? La respuesta la ha dado él mismo atreviéndose a pasarse al otro lado de la cámara.