En tres horas Kevin Costner escribe, dirige y protagoniza un filme que deberá durar, si se cumplen sus deseos, doce horas. Ese es el tiempo que Costner ha decidido utilizar para relatar su particular visión de «La conquista del Oeste».
Cuando los 146 minutos de duración de «Eureka» han concluido, entre las mil y una preguntas que le asaltarán al público, hay una que apuntará al origen de su título. Se sabe, mejor dicho se supone, que «¡Eureka!» -entre exclamaciones- es la interjección que profirió Arquímedes de Siracusa.
Productores de cuatro países, Estados Unidos, México, Canadá y Dinamarca, unen esfuerzos para sacar adelante el segundo largometraje como director de Viggo Mortensen. Ese carácter, que más que internacional posee vocación universal, recorre como espina dorsal un relato de amor disfrazado de western.
Con un enterramiento Martin Scorsese inicia este relato oscuramente epifánico. Se trata de un duelo, un sepelio tan simbólico como unívoco. La víctima es la pipa de la paz de la nación Osage. Con su inhumación, se preludia la muerte de una lengua y el final de un pueblo.
Almodóvar comienza su primer western, que ni es western ni es largo, con el manual de John Ford bajo el brazo. Como relata Steven Spielberg en “Los Fabelman” al reconstruir la fugaz conversación entre el autor de “Tiburón”, o sea él mismo, y el viejo maestro de “El hombre tranquilo”, o sea John Ford: en el arte cinematográfico la clave está en saber cómo colocar la cámara en relación con el horizonte. O arriba o abajo pero jamás en medio; esa es la “boutade”.
Buena prueba de las dificultades a las que se enfrentan las directoras a la hora de alcanzar el reconocimiento que merecen, se ejemplifica en la figura de Jane Campion. Fue la primera mujer en ganar la Palma de Oro y lo hizo porque su talento y su imaginario son brillantes.
¿Por qué “First Cow” despierta tanta pasión crítica? Probablemente porque invita a quien la observa a bucear sin límites con la promesa de que en su interior hallará miles de tesoros. Se diría que esa historia de un cocinero paniaguado y un fugitivo chino con corazón de búho apenas encierra algo.
Hay películas sólidas ante las que no caben dudas sobre su bondad. De ese material se forjan las obras que permanecen. Eso acontece con “Los hermanos Sister”, un filme que, apenas sin andadura, goza de esa condición de título recomendable.
Diga lo que diga el Oscar, a Comanchería nadie le puede arrebatar el título de ser una de las grandes obras del año. Su cabecera está presidida por la radiografía precisa y fidedigna del cáncer que carcome a EE.UU. De modo que, en sus intersticios, se percibe un aliento fúnebre que desvela el anuncio del deceso del imperio americano. Comanchería representa la base de un triángulo formado por Winter’s Bone (2010) de Debra Granik y No es país para viejos (2007) de los Coen.
Cada vez que el protagonista de una película aparece citado en los créditos también como productor, conviene ponerse en guardia. El hecho es mucho más habitual de lo que parece, y casi siempre obedece a un proceso de búsqueda y necesidad del intérprete para recuperar un prestigio maltrecho. Por eso, sean buenas, malas o regulares, hay en todas ellas el aroma inconfundible del reconstituyente milagroso.