Nuestra puntuación
Más peleas, menos diversión
Título Original: AVENGERS: AGE OF ULTRON Dirección: Joss Whedon Guión: Joss Whedon (Cómic: Stan Lee, Jack Kirby) Intérpretes: Robert Downey Jr., Chris Evans, Chris Hemsworth, Scarlett Johansson, Jeremy Renner y Mark Ruffalo País: EE.UU. 2015 Duración:141 minutos ESTRENO: Mayo 2015
Cuando el gran triunfador del Oscar 2015, Alejandro González Iñárritu, calificó a las películas de superhéroes de genocidio cultural, no lo hizo pensando en La era de Ultrón. Probablemente ni siquiera sabía que se estaba rodando. Iñárritu lo que hizo fue reiterar lo que en su película, Birdman, se hace evidente: que el director mexicano fue un niño sin tebeos. Es decir, que ignora todo lo que (re)presenta un universo como el de la Marvel. Iñárritu reivindicaba desde la hipérbole y el desconocimiento que su película nada tenía que ver con un lenguaje que despreciaba por burdo. Su cine, aunque hubiera en él ecos de un Batman tuneado, pertenecía al reino del cine serio, del cine con pretensiones, del cine ensayo. Era obvio que esa petulancia intelectual resultaba innecesaria. Nadie puede confundirle con Nolan porque Nolan sí sabe de lo que habla y tiene, además, un discurso propio.
Cuando Robert Downey Jr. calentado por un periodista algo canalla, contesto a Iñárritu con sorna xenófoba y gesto de su personaje de Iron Man, se pasó de frenada. Por descalificar a un vanidoso ofendió a todo un pueblo. Fue la suya una respuesta desafortunada, grotesca y censurable. Ahora bien, Downey Jr. le atizaba a Iñárritu en el corazón de su delirio. El director mexicano ganó su Oscar con la historia de una actor anclado a una ficción pero él carece de sensibilidad para apreciar qué hay más allá de esa mascarada de hombres en mallas y heridas en el alma.
Cuando Joss Whedon volvió a tomar las riendas de Los Vengadores después de su magnífica, medida y divertida entrega anterior, lo hizo como si se hubiera olvidado por completo de su libro de estilo. Whedon recibió el encargo de dirigir la madre de todas las películas basadas en los personajes de la Marvel porque ya poseía un recorrido solvente. De Whedon tuvimos noticia cuando como guionista firmó la cuarta entrega de Alien, la menos valorada, pero no por ello insignificante; la que, dirigida en 1998 por el francés Jean-Pierre Jeunet, unía a Sigourney Weaver con Winona Ryder en el último estertor del más apasionante monstruo creado por el cine del final del XX.
Quince años después y multitud de trabajos hicieron de Whedon, director y guionista -conviene no olvidar ni despreciar ese gesto de autoría-, el hombre ideal para armonizar esta orquesta de superhombres. Y en la primera entrega nadie desafinó, al contrario. Todos y cada uno de ellos tuvieron su momento solista, su instante de gloria y, cuando todos juntos entraban en acción, la acción coral convertía la película en una suerte de épica mítica, la mitología del siglo XX.
Ese carácter monumental, ese Partenón de dioses y demonios, de héroes y traidores, trajo en bandeja la referencia con la que se abre y cierra la segunda entrega: su vocación de querer emblematizar el nuevo mundo. Ese nuevo mundo ubicado en Manhattan, y escenario de un apocalipsis, nos recuerda que la clave de la Marvel, esa que Iñárritu acusa de genocida, solo busca adentrarse en la distopía que, guerra a guerra, cultiva desde hace décadas un país, EE.UU., anclado en una irresponsable adolescencia siempre pendiente de madurar. Lamentablemente ese brillante comienzo, una coreografía campal, con cuerpos en tensión, con éxtasis en los ojos, se cierra con un grupo escultórico convertido en estatuaria de mármol. Carne de leyenda sangre de relato. Pero el guión carece de vida, su brújula se ha roto. No hay diálogos. No hay desarrollo dramático. No hay misterio. Solo ruido, repetición y cansancio.
Cuando Robert Downey Jr. calentado por un periodista algo canalla, contesto a Iñárritu con sorna xenófoba y gesto de su personaje de Iron Man, se pasó de frenada. Por descalificar a un vanidoso ofendió a todo un pueblo. Fue la suya una respuesta desafortunada, grotesca y censurable. Ahora bien, Downey Jr. le atizaba a Iñárritu en el corazón de su delirio. El director mexicano ganó su Oscar con la historia de una actor anclado a una ficción pero él carece de sensibilidad para apreciar qué hay más allá de esa mascarada de hombres en mallas y heridas en el alma.
Cuando Joss Whedon volvió a tomar las riendas de Los Vengadores después de su magnífica, medida y divertida entrega anterior, lo hizo como si se hubiera olvidado por completo de su libro de estilo. Whedon recibió el encargo de dirigir la madre de todas las películas basadas en los personajes de la Marvel porque ya poseía un recorrido solvente. De Whedon tuvimos noticia cuando como guionista firmó la cuarta entrega de Alien, la menos valorada, pero no por ello insignificante; la que, dirigida en 1998 por el francés Jean-Pierre Jeunet, unía a Sigourney Weaver con Winona Ryder en el último estertor del más apasionante monstruo creado por el cine del final del XX.
Quince años después y multitud de trabajos hicieron de Whedon, director y guionista -conviene no olvidar ni despreciar ese gesto de autoría-, el hombre ideal para armonizar esta orquesta de superhombres. Y en la primera entrega nadie desafinó, al contrario. Todos y cada uno de ellos tuvieron su momento solista, su instante de gloria y, cuando todos juntos entraban en acción, la acción coral convertía la película en una suerte de épica mítica, la mitología del siglo XX.
Ese carácter monumental, ese Partenón de dioses y demonios, de héroes y traidores, trajo en bandeja la referencia con la que se abre y cierra la segunda entrega: su vocación de querer emblematizar el nuevo mundo. Ese nuevo mundo ubicado en Manhattan, y escenario de un apocalipsis, nos recuerda que la clave de la Marvel, esa que Iñárritu acusa de genocida, solo busca adentrarse en la distopía que, guerra a guerra, cultiva desde hace décadas un país, EE.UU., anclado en una irresponsable adolescencia siempre pendiente de madurar. Lamentablemente ese brillante comienzo, una coreografía campal, con cuerpos en tensión, con éxtasis en los ojos, se cierra con un grupo escultórico convertido en estatuaria de mármol. Carne de leyenda sangre de relato. Pero el guión carece de vida, su brújula se ha roto. No hay diálogos. No hay desarrollo dramático. No hay misterio. Solo ruido, repetición y cansancio.