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Título Original: POLVO SERÁN Dirección: Carlos Marques-Marcet Guion: Carlos Marques-Marcet, Clara Roquet y Coral Cruz Intérpretes: Ángela Molina, Alfredo Castro, Mònica Almirall Batet y Patrícia Bargalló País: España. 2024 Duración: 106 minutos

Danse de la Mort

La carta de presentación de Carlos Marques-Marcet (Barcelona, 1983) incluye «10.000
KM» (2014), «Tierra firme» (2017) y «Los días que vendrán» (2019). Significativamente
esos tres largometrajes que preceden a «Polvo serán», buceaban, de uno u otro modo,
en el mundo de la natalidad, en la pareja, el amor, la introspección y el sexo. Con el
poema de Quevedo como enseña, Marques-Marcet radicaliza su puesta en escena.
Sigue anclado en la relación de la pareja pero, ahora, habla desde la muerte del «polvo
enamorado».

Formado entre la Pompeu Fabra y la UCLA de Los Ángeles, y alejado de los senderos
convencionales del cine español, Marques-Marcet pertenece a ese indefinible grupo
de cineastas que practican un cine a contracorriente, a veces bizarro, a menudo
grotesco y siempre personal y excéntrico. En «Polvo serán» la apuesta consiste en
fundir la última mirada, esa angustia existencial que tanto cultivó el Bergman de «El
séptimo sello
», «Gritos y susurros» y «Saraband», la que retrataron con extremo
desgarro Sokurov, Wenders, Kurosawa, Visconti, Ozu, Kieslovski, Arcand y tantos otros,
con la edad de oro del musical de Hollywood.
¿Extravagancia? ¿Disparate? Ese era el riesgo. El resultado, con la presencia fascinante
de las coreografías de La Veronal y la voz de María Arnal, resulta difícil de evaluar
porque en su interior se zarandean demasiados sentimientos, demasiadas emociones y
algunos prejuicios. Desde el primer segundo, Marques-Marcet muestra sus cartas.
Todo pertenece a la representación de la «Danza de la muerte». Como las pinturas de
los esqueletos del castillo de Javier en la capilla del Cristo de la Sonrisa, «Polvo serán»
se enfrenta a la parca bailando. En su caso, en honor a Quevedo, el filme arranca con
un telón que sube y con un grito extremo. En unos segundos, La Veronal pone en
marcha su primera coreografía, la de unos sanitarios tratando de contener a una
enferma en pánico.
Marques-Marcet no lo pone fácil al público. No es una propuesta para todos los
estómagos. Su mirada -hoy profusa en el cine contemporáneo- sobre la eutanasia se
reviste de una originalidad singular. Siempre inclinado a forzar una vuelta de tuerca, a
levantar el penúltimo velo, Marques-Marcet forja aquí su película más medida, más
ambiciosa. Con una «vanitas» arranca un viaje hacia el último suspiro para proponer
un disparate romántico en una sociedad dislocada. En su fusión entre lo coreográfico y
el melodrama, entre la reflexión y el exaltamiento, se alumbra un filme más vital que
profundo. En él se mezcla el estupor con el ultrarromanticismo.

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