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Tres solitarios, ¿una familia?
Título Original: AN Dirección: Naomi Kawase Guión: Naomi Kawase a partir de la novela de Durian Sukegawa Intérpretes: Kirin Kiki, Miyoko Asada, Etsuko Ichihara, Miki Mizuno, Masatoshi Nagase y Kyara Uchida País: Japón. 2015 Duración: 113 minutos ESTRENO: Noviembre 2015
Naomi Kawase llegó al cine desenterrando sus raices familiares. En sus primeros documentos fílmicos, Naomi se preguntaba por el fantasma de un padre yakuza en paradero desconocido y pasado bajo sospecha. Su cine hacía astillas de su autobiografía y barnizaba de realidad una mezcla indefinida. Fotógrafa de formación, el cine de Kawase, siempre anclado en una mirada a un presente hecho de gente corriente, mezcla géneros y recursos. Sin extravagancias, Kawase transforma el documental en ensayo poético, la ficción lírica en epopeya doméstica, el diario íntimo en aventura detectivesca. Pero nunca como ahora, al llegar a Una Pastelería en Tokio, la cineasta nacida en Nara, la tercera y más efímera capital de Japón, había abrazado formas tan convencionales, tan ortodoxas.
Cabría trazar un intercambio de reflejos entre ella y Koreeda, dos de los nombres propios de la cinematografía japonesa más relevantes y reconocidos. Como el Koreeda de los últimos filmes, aquí Kawase se encomienda a unos personajes de ternura y sencillez. Se diría que, ante el desconcierto del cine más cruel y extremo practicado por otros compatriotas, ellos practican un cine hecho de Ozu, zen y fantasía realista.
En Una pastelería en Tokio, Kawase con delicadeza oriental y paciencia budista, muestra a una serie de náufragos sin familia. La estructura ósea del filme parece ser la de denunciar la humillante condición a la que hasta hace unos años se condenaba en Japón a los enfermos de lepra. Allí como aquí, exponentes de un miedo atávico y convertidos en seres de ultratumba, unían a su enfermedad, el rechazo social. Pero antes de llegar a ese último tercio, Naomi Kawase da lo mejor de sí misma y de este filme en esos procesos de contemplación. En una adolescente sin sueños; en una anciana que no se resigna a no tenerlos y en un hombre roto por la vida. Tres náufragos, como ella, unidos por un dulce con pasta de alubias. Eso es cuanto necesita para hacer un bello filme cuya mayor torpeza es terminar con menos intensidad de la que ofrece en su apertura.
Cabría trazar un intercambio de reflejos entre ella y Koreeda, dos de los nombres propios de la cinematografía japonesa más relevantes y reconocidos. Como el Koreeda de los últimos filmes, aquí Kawase se encomienda a unos personajes de ternura y sencillez. Se diría que, ante el desconcierto del cine más cruel y extremo practicado por otros compatriotas, ellos practican un cine hecho de Ozu, zen y fantasía realista.
En Una pastelería en Tokio, Kawase con delicadeza oriental y paciencia budista, muestra a una serie de náufragos sin familia. La estructura ósea del filme parece ser la de denunciar la humillante condición a la que hasta hace unos años se condenaba en Japón a los enfermos de lepra. Allí como aquí, exponentes de un miedo atávico y convertidos en seres de ultratumba, unían a su enfermedad, el rechazo social. Pero antes de llegar a ese último tercio, Naomi Kawase da lo mejor de sí misma y de este filme en esos procesos de contemplación. En una adolescente sin sueños; en una anciana que no se resigna a no tenerlos y en un hombre roto por la vida. Tres náufragos, como ella, unidos por un dulce con pasta de alubias. Eso es cuanto necesita para hacer un bello filme cuya mayor torpeza es terminar con menos intensidad de la que ofrece en su apertura.
Ya dice Tokue que los dorayakis hay que hacerlos con cariño… Dorayakis!! Los mejores!! Bien lo sabe Sentaro…