Si el año pasado Searching for Sugar Man dirigida por el malogrado Malik Bendjelloul, arrasó en medio mundo y rescató de las tinieblas del olvido la figura de Sixto Rodríguez, A veinte pasos de la fama parece intentar algo semejante sacando del anonimato a las chicas del coro. Ambos filmes han ganado el Oscar a mejor filme documental, ambos se centran en la escena musical pero… ambos son profundamente distintos en todo lo demás.

Títulos como La muerte del señor Lazarescu; Martes, después de Navidad; 12:08 Al este de Bucarest; Historias de la edad de oro; 4 meses, 3 semanas, 2 días e incluso, el demoledor documental montado en una simple pero certera acumulación de imágenes oficiales del dictador rumano, The Autobiography of Nicolae Ceaucescu , representan la incontestable evidencia de la soberbia calidad del cine rumano. Todas ellas son películas que acaparan premios y parabienes.

Este Puzzle chino, ese es su título original, no aporta ni una idea propia. Y sin ideas personales, nada hay en él que pueda reclamarse como original. Nada sorprende, nada la hará perdurable. De hecho, Cédric Klapisch, guionista y director, o sea, alguien que se reclama como autor, establece una torpe identificación con el protagonista; un escritor empeñado en una nueva novela, cuya vida sentimental y peripecias personales acaban sirviendo como nutriente definitivo de algo que se dice ficción, pero que no es sino proyección autobiográfica.

Símbolo de la barbarie bélica, Godzilla nació en 1954, nueve años después de que Japón recibiera dos zarpazos criminales en Hiroshima y Nagasaki. Aquella traca apocalíptica con la que se rubricó el final de la segunda guerra mundial, holocausto sanguinario que supuso el asesinato de miles de personas inocentes, fue una exhibición obscena de la capacidad de matar del ejército estadounidense.

Hace un par de años, Yeon Sang-ho se puso a seguir el camino abierto por autores ya consolidados como Park Chan-wook, Bong Joon-ho, Kim Ki-duk y Kim Jee Woon. Sang-ho hacía con el cine de animación lo que sus hermanos mayores habían conseguido con las películas que algunos llaman de carne y hueso.

Nicholas Stoller, profesional británico enrolado en la industria norteamericana, presenta unas credenciales que, si se estrujan,dan como mínimo común denominador la búsqueda del éxito popular a cualquier precio. Dicho en clave industrial, Stoller milita en ese cine llamado comercial que huye del riesgo casi tanto como del talento.

Lo banal, o sea lo trivial y común no debe confundirse con lo anodino. Lo anodino es sinónimo de lo insignificante, lo ineficaz y lo insustancial. De lo banal sabía mucho Oscar Wilde, un genio de la sutileza y el humor. De lo anodino sabe casi todo esta película imposible que echa mano de ese subgénero que es la comedia romántica abrochada a la subtrama de lo grastronómico.

La presencia de Woody Allen, su innegable capacidad de empaparlo todo con expresión titubeante presidida por una mirada miope en permanente estado de perplejidad, lo anega todo. Para la mayoría, las películas de Woody Allen son todas aquellas en las que el actor aparece, poco importa quien las dirigió. Por eso, no han sido muchos los que se han atrevido y, desde luego, ninguno era convencional: Herbert Ross, Martin Ritt, Jean Luc Godard, Paul Mazursky… y ahora, John Turturro.