La presencia de Woody Allen, su innegable capacidad de empaparlo todo con expresión titubeante presidida por una mirada miope en permanente estado de perplejidad, lo anega todo. Para la mayoría, las películas de Woody Allen son todas aquellas en las que el actor aparece, poco importa quien las dirigió. Por eso, no han sido muchos los que se han atrevido y, desde luego, ninguno era convencional: Herbert Ross, Martin Ritt, Jean Luc Godard, Paul Mazursky… y ahora, John Turturro.

Llevado por un arrebatado amor de madre, Paco León, un actor de fortuna en series de televisión, puso contra las cuerdas a la industria cinematográfica española. El panorama del cine actual se divide entre quienes se mueven en el territorio oficial de Academias y Goyas y quienes, desde la periferia y el mundo universitario, practican un cine de bajo presupuesto y extrema singularidad. Carmina o revienta, título que se abrochaba al testimonio arrabalero del testimonio tardofranquista de El Lute, hizo lo más difícil todavía, salirse del tiesto, deambular por tierra de nadie.

La apatía e insipidez de Shailene Woodey, protagonista decisiva de Divergente, ejemplifica la naturaleza de esta nueva saga cinematográfica. Bajo la dirección de Neil Burger, autor entre otras de El ilusionista (2006), la producción, poderosa en medios, paupérrima en talento y vacía de personalidad, ha dispuesto todas sus baterías en dirección al mismo tipo de público. El que convirtió a Crepúsculo en un fenómeno de masas, prácticamente el mismo que ahora vibra con Los juegos del hambre.