Porno suave para tiempos oscuros
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Título Original: HERMOSA JUVENTUD Dirección: Jaime Rosales Guión: Enric Rufas y Jaime Rosales Intérpretes: Ingrid García-Jonsson, Carlos Rodríguez, Inma Nieto, Fernando Barona, Juanma Calderón y Patricia Mendy Nacionalidad: España, Francia. 2014 Duración: 103 minutos ESTRENO: Mayo 2014
 
En Las horas del día (2003) un, entonces, desconocido director de verbo pausado y ritmo hipnotizante, Jaime Rosales, irrumpía en el panorama del cine español en un momento necesitado de nuevas voces. Era el año del No a la guerra en los Goya y de Los lunes al sol en los cines. Almodóvar se enrocaba con Hable con ella y Fernando Trueba abrazaba su decadencia sin retorno al (a)coger un proyecto de Erice para llevarlo al desastre: El embrujo de Shanghai.
La película de Rosales, un desconocido venido de Cuba, tras pasar por Australia, un director con aires de Bresson y con un DNI entonces sin historial, desgranaba el infierno de un asesino sin remordimientos, vendedor de ropa femenina en una mercería en El Prat de Llobregat. El tono y la intención eran singulares y el filme, como suele pasar, despertó un interés evidente en el sector crítico menos adocenado. Con la siguiente entrega, La soledad, película para la que llovieron premios, era evidente que el país necesitaba un cine con aires nuevos y que Rosales podría ser uno de esos directores necesarios para el cambio.
Fue entonces cuando Rosales, en plena guerra sucia, en el tiempo de las treguas trampa y de las trampas sin tregua, se internó en el bosque melancólico en el que se perdió Julio Medem. El resultado, Tiro en la cabeza, todavía resuena en sus oídos. Presentado en el festival de Donostia, Rosales llevaba al extremo su voluntad de experimentar con la forma y acercarse al fuego. Su plan era partir de los modos del documental para diseccionar el corazón de un acto de violencia. Su cámara simulaba seguir la vida cotidiana de un miembro de ETA, lo que narrativamente se tornaba en algo anodino, hasta que, de repente, la muerte, como en La soledad, lo cambiaba todo.
También la muerte estaba presente, siempre lo está en el cine de Rosales, en su penúltima entrega, Sueño y silencio. Y, ahí viene el extraño giro, con aquella propuesta sobre el dolor y la culpa, Jaime Rosales tocó fondo y cerraba un ciclo. Con Hermosa juventud, Rosales deja el estigma de la muerte para hablar de lo real sin disfraces, para diagnosticar que este país no funciona, para mostrar las ruinas de un sueño con un brillo de esperanza oculto en sus intersticios.
En algún modo, el telón de fondo de Hermosa juventud, ese marco social en el que la falta de trabajo y la fuga de lo político lo empapa todo, lo ensucia todo, entrelaza Hermosa juventud con  Los lunes al sol. Aquí como allí, la gente de a pie no tiene trabajo, no hay futuro. Han pasado once años y la situación ya no admite apaños. Aquí la gente ya no puede quedarse al sol a esperar que pase algo; aquí la gente se lo juega todo. Aquel voluntarismo bienintencionado que encarnaba Bardem, un sinvergüenza simpático, da paso a un escenario más joven en sus protagonistas y más adulto en su diagnóstico. Rosales no busca el contrapunto del humor ni la defensa del slogan. Rosales se interna en un campo minado por el rigor. El suyo es un cine bien meditado y mejor interpretado. Sabedor de referentes que van de los Dardenne a Ulrich Seidl, Rosales evita la procacidad hiriente del segundo y muestra más piedad con sus personajes que los citados hermanos. Tal vez sea la influencia de Bresson. Sea como fuera, formalmente Rosales sigue gustando del experimento y la invención. Su escritura es actual y su crónica admite una conclusión: este país ha ido a peor, pero su cine se ha hecho más maduro.
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