4.0 out of 5.0 stars

Título Original: MISSION: IMPOSSIBLE – DEAD RECKONING – PART ONE Dirección: Christopher McQuarrie Guión:     Bruce Geller, Erik Jendresen y Christopher McQuarrie Intérpretes:Tom Cruise, Hayley Atwell, Henry Czerny, Simon Pegg, Rebecca Ferguson y Ving Rhames País: EE.UU. 2023  Duración:  163 minutos

El fondo del mar

El 12 de agosto de 2000 la explosión accidental de un torpedo provocó el hundimiento del submarino nuclear K-141 Kursk. El eco siniestro de aquel incidente destila el barniz de verosimilitud oportuno para esta fabulación sobre la IA y sus peligros, de la que se ocupa la última “Misión imposible”. Por si todavía se ignora, se trata de la primera entrega de un díptico que culminará el año que viene. Buscará cerrar lo imposible con la voluntad de poner un broche de oro a una saga que empezó en las pantallas en blanco y negro de las televisiones de los años 60.

Nació en plena guerra fría y la música de Lalo Schifrin le dio un aire legendario. Alumbró hasta 171 episodios conformando una de esas huellas colectivas y globales bajo cuyo influjo crecieron generaciones como la Cruise. Y Cruise es quien, en el tercer decenio del siglo XXI,  reconstruye con las reliquias del viejo argumento escrito por Bruce Geller hace 60 años, uno de los más exitosos hitos del cine comercial de hoy.

Tom Cruise – que también es productor de MI- tenía cuatro años cuando se estrenó la serie. El pasado 3 de julio, Cruise cumplió 61 y aunque posee una estimable carrera cinematográfica, su status como actor nunca termina de acallar los prejuicios que levanta su condición de chico bonito. Poco importa que haya sido capaz de afrontar personajes como los interpretados en “Nacido el 4 de julio”, “Magnolia” o “El color del dinero”.

Se olvida que Kubrick lo escogió para su filme póstumo o que sale airoso en aventuras distópicas como “Minority Report” y en críticas “antisistema” como “Leones por corderos”. Su paso por la cienciología, sus asuntos personales y/o (extra) matrimoniales y algunos títulos lamentables, ciegan la percepción de sus mejores trabajos. El que hace en la séptima entrega de “Misión imposible”, con el rostro apuntalado y sin dejar de protagonizar las acciones de riesgo, no alcanza niveles excelsos de interpretación porque simplemente la acción deja escaso hueco para el matiz.

Pero esa acción abundante y cabal viene sostenida sobre un solvente argumento, una enérgica dirección, un montaje con buen ritmo y un puñado de secuencias espectaculares. Nada de eso, por sí mismo, haría excelente ni siquiera notable a “Misión imposible”, una saga por la que, hay que recordarlo, han desfilado cineastas de talento. Esa es la cuestión, que en “Misión Imposible” siempre ha habido directores con personalidad. Por eso, si “Misión imposible: sentencia mortal” resulta gratificante se debe, entre otras cosas, a su director, Christopher McQuarrie, quien finalmente se ha afincado en “Misión imposible” y quien se encarga de suministrar el pegamento con el que se liga su entramado.

A “Misión imposible”  le funciona su estructura ósea porque el guión ha sido pulido con coherencia y sin concesiones. Al contrario de lo que acontece con la despedida de Indiana Jones, siempre pendiente del público infantil, siempre infantilizándolo todo, “Misión Imposible: sentencia mortal” resuelve el dilema del enemigo a destruir; habla del mal que nos amenaza, se pregunta por esa llave apocalíptica que descansa en el fondo del mar y genera un relato adulto al servicio de la orfebrería del espectáculo de acción.

La serie nació al albur de 007. En ese sentido, poco ha cambiado. El modelo de partida era el grupo, pero la presencia de Cruise diluyó la cuestión de la ayuda de la amistad. McQuarrie recupera el equilibrio entre lo coral y el solista; entre la acción y los diálogos. Volviendo al último Indiana Jones que buscaba en un Arquímedes salido de un peplum de los años 60, la piedra filosofal de su argumento; “Sentencia mortal” mira al futuro para vislumbrar en la imposibilidad de lo real, en el imperio del fake y el simulacro, en el disparate de la muerte de la verdad, si es que alguna vez existió, la llama nuclear que pone en marcha una máquina imparable. Una locomotora que nos lleva a temer que la única misión imposible será la de sobrevivir en el mundo de la IA.

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