Con dos títulos casi antagónicos provenientes de un joven realizador chino, Zhou Ziyang, y de una veterana cineasta japonesa, Naomi Kawase, se culminaba ayer, con serena discreción, con tibia brillantez, una sección oficial a concurso marcada por la situación sanitaria, por las medidas de seguridad y por la inseguridad de ese futuro incierto que se nos avecina. Fue un final no exento de interés pero demasiado lastrado por la sensación general de incertidumbre que ahora nos zarandea. Pero vayamos al cine.
En tiempo de miedo e hipocresía, la presencia en Donostia de Viggo Mortensen para recoger el premio más laureado y ambicionado del SSIFF tiene mucha sustancia. En un año donde la mayor parte de los profesionales han cerrado sus baluartes a la espera de mejores tiempos, Mortensen quiso aceptar el Premio Donostia en la edición en la que no habrá fiestas ni agasajos.