Si quien esto lee pertenece al tipo de público que no hace ascos a la sobredosis de insulina, a las buenas intenciones y a los cuentecillos con finales felices, encontrarán los siguientes juicios poco empáticos y, tal vez, excesivamente displicentes.
La secuencia que abre “Madre oscura”, un susto de catálogo con descenso a un tenebroso sótano de una joven que incumple todos los protocolos del sentido común, se cierra en falso. Tras los créditos comienza algo que aconteció cinco días antes de lo visto.
Leo Harlem puede ser considerado uno de los humoristas más emblemáticos de la España de estos momentos. Su personaje, una especie de superviviente castizo que se aferra a los viejos sabores para evidenciar la vacuidad e insipidez de los “neovalores” de una sociedad de consumo y postureo, se construye sobre un profesional curtido de verbo afilado e ingenio rápido.
Entre “First Love” y la primera entrega de “Dead or Alive” han pasado veinte años. En referencias de alta productividad, al estilo de Clint Eastwood o Woody Allen, hablaríamos, asombrados, de que en esas dos décadas, cada uno de ellos ha producido casi una quincena de películas. En ese tiempo Takashi Miike ha filmado casi medio centenar de largometrajes, varias series de televisión y un sin fin de proyectos de todo tipo.
Un error común consiste en creer que la abundancia de palabras denota ingenio. Sus efectos son tan calamitosos como los que se derivan de pensar que los silencios ocultan profundidad y misterio. “La maldición del guapo” se apunta al primer desacierto, al que profesa una querencia enfermiza por la retórica y el verbo.
Esta vieja guardia de guerreros ¿inmortales? sabe de la maldición de los vampiros. Como ellos, ven cómo la muerte, siglo tras siglo, devora a la humanidad y un sentimiento trágico de soledad inevitable les provoca un amargo quebranto existencial. Esa es la naturaleza de estos mercenarios que, en su primera secuencia, escenifican un regalo muy especial entre dos de ellos.
Su verdadero título, “Tel Aviv on Fire” significa doblemente. Tanto designa a este largometraje como alude al título de la “tele-serie” en torno a la que se inscribe la acción de este relato que se adentra en la noble tradición de cine que habla de cine. Su argumento es simple, de los de antes. Un joven palestino de poco oficio y ningún beneficio, ve la posibilidad de ganarse la vida como asesor de la lengua hebrea en un culebrón palestino inspirado en una novela escrita por su tío.
Todo en «Personal Assistant» se sabe profesional. Cine de lujo y música. Técnicamente, el filme rebosa calidad. La hay en las mimbres que tejen su urdimbre y la hay en el envoltorio que recubre un folletín obnubilado por el glamour y la vacuidad. Si desde la mirada de un productor resulta casi perfecta, desde donde se atiende a otras cuestiones menos “crematísticas”, se sabe que su contenido habita un cuerpo muerto, no es sino un cadáver insostenible en un tiempo enfrentado a su vulnerabilidad.
Postergada por una u otra razón, “Under the Skin” lleva siete años de vida clandestina para el público español. Convertida en pieza de culto, objeto de veneración para los iniciados, para los que frecuentan festivales o se mueven bien en los pliegues de internet navegando en busca de obras perdidas, ni siquiera cuando se supo que Avalon la iba a estrenar quiso acompañarle la suerte.