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Qué he hecho yo para perder los papeles
Título Original: RELATOS SALVAJES Dirección y guion: Damián Szifron Intérpretes: Ricardo Darín, Oscar Martínez, Darío Grandinetti, Rita Cortese, Julieta Zylberberg, Erica Rivas y Leonardo Sbaraglia País: Argentina y España. 2014 Duración: 122 minutos ESTRENO: Octubre 2014
Convertida en un éxito de taquilla sin precedentes en su país de origen, Argentina, la devoción que el público le ha dedicado, las pasiones que levanta, sólo serían comparables al fenómeno que aquí desató Ocho apellidos vascos. En ambos casos se impone una evidencia: hay una irreprimible necesidad de reir. Tenemos hambre de carcajadas. Luego, tras la descarga emocional sobreviene el matiz, la crítica, ¿Por qué se valora menos a quien nos hace reir? Más allá del éxito, el filme de Martínez Lázaro guarda escasas semejanzas con estos Relatos salvajes. Uno se sustenta en el valor de los cómicos y en la oportunidad del chiste inmediato con la puesta al día de la comedia de enredos y la lucha de sexos. El otro, más sutil, más contenido, encuentra su punch en un sentimiento universal: la quiebra del sentido común a causa de la estulticia humana.
Escrita y dirigida por Damián Szifron, detrás de este nombre en apariencia desconocido, se encuentra un profesional al que se le ha visto más de lo que se piensa. Szifron debutó en 2002 con el largometraje En el fondo del mar, un extraño e inclasificable thriller con alma de drama y forro tragicómico. El filme se paseó por varios festivales y fue bien acogido; pero mejor iría su siguiente película: Tiempo de valientes (2005). Nueve años después, tras un periplo en el mundo de la televisión donde sostuvo la serie Hermanos y detectives, serie que tuvo versión española y mexicana, Szifron regresó al cine para realizar una película en seis capítulos. Seis historias entrelazadas por la pérdida del equilibrio, atravesadas por la locura que sobreviene cuando la sociedad, el otro, los demás, acaban por minar la moral propia; cuando el ajeno nos enajena.
En Tiempo de valientes, un accidente de circulación ponía en marcha la colaboración de una extraña pareja; un policia y un psicólogo quien, al cumplir una pena de redención, acababa por destapar una oscura trama de corrupción policial. El tono de Relatos salvajes huye de la amargura final que abrazaba en su resorte más íntimo Tiempo de valientes. Pero, como aquella, tras la sonrisa sobreviene el dolor y tras el exceso, la sublimación de lo patético. A diferencia de aquella, no es el sistema político-policial quien sube al banquillo de la caricatura, sino el conjunto de ciudadanos de a pie que lo sufre y lo sustenta.
Seis historias seis para media docena de salidas de tono. Muchas de ellas giran en torno al coche y la carretera, ese espacio de incertidumbre en el que directores como Iñárritu y Lynch encuentran el sustituto al campo de batalla del tiempo presente. La carretera como escenario del azar y la tragedia; y el coche como vehículo de atadura y sumisión. Y al fondo, la imprudencia como engranaje de desgracia. Con un reparto poderoso y la producción de los Almodóvar como garantía, su magnetismo se impuso desde su primer pase. Arrasó en Cannes, deslumbró en Donostia, divierte y subvierte todo cuanto toca. En esos seis episodios, los hay más rotundos, más hilarantes, más críticos, más perturbadores,… Pero la suma de todos garantiza que estamos ante un filme que acaba llevando a su terreno a todo tipo de público a golpe de buena interpretación y algo que decir. Una impagable colección de relatos que rubrica algo que Tiempo de valientes adelantó, que Szifron pertenece a la categoría de esos fenómenos cinematográficos nacidos para hacer reir, crecidos para hacer pensar.
Escrita y dirigida por Damián Szifron, detrás de este nombre en apariencia desconocido, se encuentra un profesional al que se le ha visto más de lo que se piensa. Szifron debutó en 2002 con el largometraje En el fondo del mar, un extraño e inclasificable thriller con alma de drama y forro tragicómico. El filme se paseó por varios festivales y fue bien acogido; pero mejor iría su siguiente película: Tiempo de valientes (2005). Nueve años después, tras un periplo en el mundo de la televisión donde sostuvo la serie Hermanos y detectives, serie que tuvo versión española y mexicana, Szifron regresó al cine para realizar una película en seis capítulos. Seis historias entrelazadas por la pérdida del equilibrio, atravesadas por la locura que sobreviene cuando la sociedad, el otro, los demás, acaban por minar la moral propia; cuando el ajeno nos enajena.
En Tiempo de valientes, un accidente de circulación ponía en marcha la colaboración de una extraña pareja; un policia y un psicólogo quien, al cumplir una pena de redención, acababa por destapar una oscura trama de corrupción policial. El tono de Relatos salvajes huye de la amargura final que abrazaba en su resorte más íntimo Tiempo de valientes. Pero, como aquella, tras la sonrisa sobreviene el dolor y tras el exceso, la sublimación de lo patético. A diferencia de aquella, no es el sistema político-policial quien sube al banquillo de la caricatura, sino el conjunto de ciudadanos de a pie que lo sufre y lo sustenta.
Seis historias seis para media docena de salidas de tono. Muchas de ellas giran en torno al coche y la carretera, ese espacio de incertidumbre en el que directores como Iñárritu y Lynch encuentran el sustituto al campo de batalla del tiempo presente. La carretera como escenario del azar y la tragedia; y el coche como vehículo de atadura y sumisión. Y al fondo, la imprudencia como engranaje de desgracia. Con un reparto poderoso y la producción de los Almodóvar como garantía, su magnetismo se impuso desde su primer pase. Arrasó en Cannes, deslumbró en Donostia, divierte y subvierte todo cuanto toca. En esos seis episodios, los hay más rotundos, más hilarantes, más críticos, más perturbadores,… Pero la suma de todos garantiza que estamos ante un filme que acaba llevando a su terreno a todo tipo de público a golpe de buena interpretación y algo que decir. Una impagable colección de relatos que rubrica algo que Tiempo de valientes adelantó, que Szifron pertenece a la categoría de esos fenómenos cinematográficos nacidos para hacer reir, crecidos para hacer pensar.