Convertida en un éxito de taquilla sin precedentes en su país de origen, Argentina, la devoción que el público le ha dedicado, las pasiones que levanta, sólo serían comparables al fenómeno que aquí desató Ocho apellidos vascos. En ambos casos se impone una evidencia: hay una irreprimible necesidad de reir. Tenemos hambre de carcajadas.