En los créditos, Luc Besson presenta sus respetos por la novela de Bram Stoker pero, en realidad, debería hacer otro tanto -y nada dice-, con respecto a la deuda contraída con el «Drácula» de Francis Ford Coppola.
Hace 22 años, EE.UU masacraba Irak, culpable —se decía— de poseer un arsenal de armas letales capaces de destruir la tierra. Según Aznar, uno de los cerebros más retorcidos del planeta, no había duda alguna sobre el poder destructivo del régimen de Sadam Husein. Había que acabar con los infieles a toda prisa.
Parece obligado decir que «Bugonia» tuvo su origen en el filme coreano de 2003,
«Save the Green Planet». Pero esa semilla germinal asiática poco cambia y nada influye en la prevalencia del universo de Yorgos Lanthimos, un cineasta que, como todos los directores que atraviesan el filo del exceso, debe enfrentarse a amores y odios irreconciliables.
Fernando Franco, su cine, no es complaciente ni con la taquilla ni con ese público de necesidad escópica y hambre de chucherías. No es un autor fácil, ni frívolo, ni de digestión rápida. Y en ese sentido, «Subsuelo» da pruebas fehacientes de cómo respira este director que transita, como un lobo solitario, al margen de las tendencias y familias del cine español hegemónico en apoyos y prebendas.
Para no andar con rodeos, conviene adelantar que la prosa de Kelly Reichardt (Miami, 1964) está más cerca de provocar sensaciones radicales al estilo de «El comediante» de Maurizio Cattelan, o sea el famoso plátano vendido por 6,2 millones de dólares, que de asomarse al serenísimo realismo helado de edificios y flores de Antonio López.






