Al menos tres factores resultan determinantes para desvelar lo que “El último duelo” recorre en sus tres actos. Uno, claro está, responde al nombre de su director, Ridley Scott, un cineasta irregular, autor de piezas fundamentales con las que se ha forjado el imaginario de los últimos cuarenta años.

Hace diez años Yeon Sang-ho dio un golpe de autoridad en el agitado y emergente panorama del cine de Corea del Sur. Digamos que hablamos de una cinematografía que, desde la última década del siglo pasado, desde que la parte de la península coreana no sujeta a la mordaza de acero asumió un proceso democrático liberado a la tutela militar, se ha situado en la cabeza del interés cinematográfico mundial.

En 1995, cuando Joe Johnston, con la complicidad de Robin Williams, presentaba con enorme éxito el primer “Jumanji”, sabía que partía de un buen relato y que tenía a su servicio a un excelente plantel, con el citado Williams a la cabeza. La semilla original había que buscarla algunos años antes, en 1981, cuando Chris Van Allsburg presentó un pequeño relato infantil con el que ganó uno de los más prestigiosos premios de novela ilustrada.

A Stephen King no le gustó nunca lo que Stanley Kubrick hizo con “El resplandor”(1977). Para el escritor, el cineasta era de hielo y su adaptación carecía de alma. Lo cierto es que Kubrick se apropió de la novela y borró el ADN de su progenitor. Abordó su filme, fiel a su gélida geometría. Elevó el cine de terror a la categoría de cine de culto. Algo insólito para un público que hace ascos a la fantasía.

Al finalizar la proyección de “Maléfica”, en la abarrotada sesión de la tarde de un sábado en la que participé muy a mi pesar, un niño de unos 8 años, en medio de un murmullo de aprobación ante la conclusión de este cuento de madrastras y príncipes, gritó: “Viva el amor”. La proclama fue aprobada con sonrisas y algún aplauso. Había unanimidad. Estaban casi todos de acuerdo. Y aunque es evidente que, con esa edad, el amor pertenece más al reino de lo metafísico que de lo físico, la chavalería daba muestras de haberlo pasado bien.

Rodada en euskera y heredera de un filme pionero en su género realizado hace casi 15 años, “Agur Etxebeste” aparece como una comedia de humor suave y crítica leve. Asume y quiere ser un producto amable que pellizca sin herir y que entretiene sin apasionar. Evita los barros de cierta comedia grotesca de escatología y humor chusco a cambio de conformar un divertimento, de baja intensidad y corto alcance.