Título Original: BAGHDAD IN MY SHADOW Dirección: Samir  Guión: Samir, Furat al Jamil  Intérpretes:  Haytham Abdulrazaq, Waseem Abass, Daniel Adegboyega, Kerry Fox  País:  Reino Unido. 2019  Duración:  108  minutos
 

El poeta y la culpa

 
Como un juego de manos, entre nosotros se ha cambiado el título original, “Baghdad in my shadow” por el también título en inglés: “My beautiful Bagdad”. Misterios de los distribuidores que en este terreno gozan de total libertad. Cierto es que el filme de Samir finaliza diciendo esa frase de “Mi beautiful Bagdad”, pero no menos cierto es que la expresión “Bagdad en mi sombra”, a parte de una alta carga poética, encierra muchas más sugerencias. Quien la dice es un poeta irakí que escapó de su país tras sufrir una terrible tortura por sus actividades comunistas que le llevó a perder a buena parte de su familia.
Con ese acto, un verdugo arrancándole las uñas para arrancarle una confesión y con ella la traición a sus seres queridos, empieza un filme que elabora todo un catálogo de la compleja realidad en la que vive la comunidad irakí exiliada en Londres. En esa suerte de crisol de comportamientos, Samir habla de los viejos supervivientes del comunismo irakí, de la homosexualidad y del feminismo. Frente a ellos, el demonio del fundamentalismo religioso. Misoginia, homofobia y anticomunismo son representados por un abanico de personajes más o menos enraizados en una familia y en un bar de amigos. El filme resulta edificante y rebosa de buenas intenciones. El guión busca dar aire y tiempo a cada representante de ese mosaico de actitudes y en ese sentido jamás da puntada sin hilo.
Los peros provienen de los hilos que utiliza. En algunos casos gruesos y sin barnizar, puro esparto cuyo roce se hace molesto, más cuando se comprende que trata de ahondar en la noble tradición de la poesía persa, cumbre del lirismo humano. Son sensaciones que perturban pero no rompen la solidez de un discurso reivindicativo a favor del entendimiento y la libertad. En “My beautiful Bagdad” hay leña para todo y para todos. Pero sobre todo, lo que a Samir le interesa, con buen pulso narrativo y aceptable agilidad dramática, es hacer proselitismo. La percepción de una obra así diferirá desde donde se vea, aunque sea evidente el subrayado algo grosero y siempre obvio del torturador al servicio de Sadam, reconvertido en delegado de cultura del nuevo régimen, y el imán de la mezquita que predica guerra a los infieles al tiempo que consume pornografía en internet.
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