Franziska Stünkel, directora y guionista de “El espía honesto” reconstruye un relato inspirado en los años de la guerra fría, en el interior de una Alemania fragmentada en dos y clavada en el corazón de las sucias prácticas de propaganda y manipulación por cuyos excesos prácticamente nadie ha pagado.

En 1975, Sydney Pollack, notabilísimo cineasta hoy poco recordado, estrenaba un extraño filme “noir” que divulgaba a los cuatro vientos la existencia de las prácticas delictivas de la delincuencia japonesa: “Yakuza”. Hoy, la lista de filmes que hacen de la Yakuza el centro de su interés es incontable.

Cuando los viejos dinosaurios sienten que su tiempo de esplendor agoniza, cantan. Lo hacen para espantar su decadencia, para disfrazar su declinar. La lista es larga; de Wim Wenders a Carlos Saura o Fernando Trueba. 
Es sospechosamente frecuente que algunos directores se refugien en el cine musical para sortear la desactivación de lo que su cine significó en su origen.

Adam McKay nació en Filadelfia hace 53 años. En la misma ciudad que tanto perturbó a David Lynch mientras soñaba con “Cabeza borradora” y en la que también nació M. Night Shyamalan. Tal vez no sea fortuito que allí cayese la semilla germinal del país llamado EE.UU.