Título Original: The Matrix Resurrections Dirección: Lana Wachowski  Guion: Aleksandar Hemon, David Mitchell y Lana Wachowski Intérpretes: Keanu Reeves, Carrie-Anne Moss, Neil Patrick Harris, Jada Pinkett Smith y Yahya Abdul-Mateen II País: EE.UU. 2021 Duración:  148 minutos

Más metaverso

Con los Wachowski jamás ha existido el término medio ni la componenda. De ADN freakie, todo lo viven con una extraordinaria intensidad. En 1999, cuando firmaron la primera entrega de Matrix, parecían dos consumados skaters de gorra y rap. En 2021, cuando se estrena la cuarta parte, aparecen como dos consumadas directoras aunque ahora, una de ellas, Lilly, la hermana menor, se ha echado a un lado. Pocas figuras del cine contemporáneo que ocupen un lugar tan relevante, pueden escenificar la transformación de lo que va del siglo XX al XXI como ellas. Ninguna cineasta podría presentar unas cartas tan singulares, tan radicales, tan decisivas.
Hace 22 años, cuando se estrenó The Matrix, ante la incredulidad de algunas críticas desubicadas, se supo que algo estaba cambiando en el relato cinematográfico. Esa mixtura de acción, kung-fu, filosofía distópica y cibercultura existencial, regada con unos efectos especiales sorprendentes, supuso un fenómeno mundial. El éxito forzó algo que sus creadores no habían previsto, lo que nació como uno, se hizo tres porque el negocio así lo demandaba. El arte rara vez puede seguir el ritmo del beneficio y los Wachowski, tentados por la avaricia, a punto estuvieron de arruinar su gran obra.
Se contaba entonces que el modelo de referencia, más allá de Lewis Carroll, del Mago de Oz, de William Gibson, del cómic que le precedió y del anime que le secundaría, se llamaba “Ghost in the shell”. Como la obra cumbre de Mamoru Oshii, las Wachowski querían marcar un punto de inflexión, forzar una ruptura histórica. Mamoru Oshii tardó tiempo en hacer la secuela de “Ghost in the shell”, la tituló “Innocence”, y ni siquiera quiso servirse de ese reclamo por más que su argumento supusiera una verdadera continuación-evolución de la primera entrega. 
Probablemente, de haber mediado la paciencia, “Matrix Resurrections” debería haber sido esa segunda parte que la sed de dinero abortó provocando dos secuelas innecesarias, aunque no totalmente estériles. Hoy sabemos que probablemente fue “Animatrix”, un filme de relatos cortos hechos de dibujos animados, lo mejor que le había pasado a la historia de Neo, Morpheo y Trinity. Era buena en tanto en cuanto no trataba de aprovecharse del modelo de partida.
Hoy, dos décadas después, con un Morpheo rejuvenecido y un agente Smith revisionado, Neo (Keanu Reeves) y Trinity (Carrie-Anne Moss) pasean su envejecimiento como moneda reparadora. Lana Wachowski toma la riendas y justo es reconocerlo, sigue en sus trece. Esto es, se la juega contra todo y contra todas. 
Probablemente porque en ese querer reinventarse, el cine de las Wachowski lo ha tenido complicado. Ni “El destino de Júpiter” (2014) ni “El atlas de las nubes” (2012) ni “Speed Racer” (2008) recibieron nada parecido a lo cosechado por Matrix. Sólo su hacer en TV con “Sense 8” parece haberse salvado de la quema. De manera que Lana Wachowski ha vuelto con Matrix pero si primero fue una oscura parábola filosófico-futurista, ahora nace como una farsa que se autorreferencia. Como el último Spiderman, aquí el metaverso se erige en ese fluido vital que todo lo bombea, que todo lo conforma. Ese todo, aquí se dirime en, al menos, tres niveles. El de la autorreferencia, el de la repetición y  el de la parodia. Lana Wachowski no quiere correr riesgos y juega a todo en su resurrección de Matrix. Eso impone un alto peaje que corroe la solidez del relato. Pero como los niveles se entremezclan, el resultado final, como este tiempo que encara la tercera década del siglo XXI sumido en una pesadilla de muerte y de uniformación, se duele de nostalgia y de insipidez. La resurrección de Matrix sirve para repensar una realidad más sensible al Tik-Tok y a los emoticones que a las relaciones personales. El enemigo viste piel humana.
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