La presencia de Kristen Stewart teje las dos últimas películas de Oliver Assayas. Con ella, el cineasta francés conforma un díptico del que caben apuntar simetrías y reflejos. En ellas, con ellas, Kristen Stewart transforma a la desganada protagonista del gotic-pop juvenil de Crepúsculo, en una actriz de presencia clásica y recursos poliédricos.
Como Sospechosos habituales, El caso Sloane posee una estructura ósea robusta, ajustada al milímetro, afilada con precisión. O sea, su guión, ahí donde nacen las películas, se muestra satisfecho y seguro de su pegada. Sabe que crece sobre un artificio, pero se siente legitimado porque hay ritmo, fuerza y una calculada ambigüedad que provoca desconcierto en el público.
Hace casi veinte años, un Fatih Akin a medio camino entre la insolencia y el desconcierto presentó su primer largometraje, Corto y con filo. Representaba con su pasaporte alemán y su AFN turco, la eclosión de una nueva generación de hijos de emigrantes.
En su traducción al español, este filme de presupuesto flaco y alcance largo, ha mutado el sentido de su título. De “Sal” o cualquier otro sinónimo que implique el “consejo” imperativo de huir; se ha pasado a “Déjame salir”. Es decir, se produce un giro sustancial que va de la orden al ruego, del mando al por favor, del aviso de un observador activo a la súplica de un atrapado apesadumbrado.
Durante años Jôji Yamada, con paciencia de monje y sutileza extrema, levantó una saga tan popular en Japón como desconocida fuera. Entre 1969 y 1995, Yamada filmó 48 películas protagonizadas por Kiyoshi Atsumi en el papel de Tora san. Fueron casi medio centenar de comedias amables en las que su protagonista acababa compuesto y sin novia provocando en el imaginario japonés un icono de enternecedor recuerdo.
A comienzos de los 80 nacieron dos proyectos ambiciosos. Fue un duelo de colosos. Ridley Scott venía de dirigir Alien, se había convertido en un autor de referencia. David Lynch, tras un debut inenarrable, Cabeza borradora, se había ajustado a las órdenes de Laurentis y supo demostrar que podía trabajar en el cine comercial desde la emoción y el rigor: El hombre elefante.
No puede ser casualidad que al mismo tiempo que el mundo asiste perplejo a brotes de xenofobia y segregación, el cine cultive relatos en torno a los excesos que el miedo al otro y el desprecio al semejante provocó durante buena parte del siglo pasado.
A James Gray, el libro de David Grann le sirve para reincidir en su ensimismado universo. Es decir, la aventura de Percy Fawcett, un militar británico de comienzos del siglo XX que dio buena parte de su tiempo y su vida para cartografiar Bolivia y descubrir los secretos de la Amazonia, es un pretexto con el que Gray evidencia que filma extraordinariamente bien.
Construida sobre los cimientos de la distopía de Dave Eggers, James Ponsoldt, un cineasta esculpido en Sundance, desactiva con impunidad y sin remordimiento el veneno de su argumento para conseguir que el público no salga de la sala de cine con el ánimo compungido. Tras un aplaudido inicio (Off the Black, 2006; Smashed, 2012; y The End of the Tour,2015, entre otras) la oscura profecía implícita en El círculo, deviene en un relato paniaguado.
Han pasado más de 35 años de La noche de San Lorenzo y 40 de Padre padrone. En esas cuatro décadas ha cambiado el mundo. En aquel tiempo los hermanos Taviani equilibraban plenitud con serenidad, lucidez con energía, compromiso con esperanza. Por ejemplo, La noche de San Lorenzo, para quien no la haya visto, era un ajuste de cuentas, una crónica alegórica llena de dramatismo y poesía sobre el fascismo italiano y sobre la retirada nazi de Italia.