Sacó al Zinemaldia del territorio de la mediocridad previsible de su Sección Oficial a golpe de precisión. Fue la película en la que todas las valoraciones críticas mostraron su acuerdo. Probablemente no asombró a ninguno, pero ninguno dijo que no hubiera calidad, rigor, solvencia e incluso evidente talento en su interior.

Hace apenas unos años, Stefan Zweig era un escritor olvidado. Sólo algunos cinéfilos, gracias a Carta de una desconocida de Ophüls, y lectores muy versados lo tenían en mente. Ahora, sus obras se reeditan con fulgurante éxito y su figura, con el resquebrajamiento de Europa, ha crecido hasta constituirse en una suerte de símbolo melancólico que engarza las sombras de los años 30 con las incertidumbres de nuestro tiempo.