Reactivada en los últimos años, la cinematografía polaca, en otro tiempo un banco seminal donde surgían cineastas de tristeza honda, alta densidad y rigores (sur)realistas, da síntomas de una renovación importante. Estados Unidos del amor de Tomasz Wasilewski, visto en el festival de Gijón hace cuatro años con Rascacielos flotantes, ofrece una ejemplar síntesis de ese punto de inflexión en el que se debate buena parte del cine polaco contemporáneo.

Hace casi un año, al escribir la crónica de su (pre)estreno en el Zinemaldi recordaba lo que sigue viniendo a cuento para entender qué es Colossal. Rememoraba entonces alguna cosa que conviene tener presente para poder acercarse mejor a lo que Nacho Vigalondo representa.

American pastoral (1997) es la primera obra de una trilogía contemporánea ya convertida en clásica. Con ella, su autor ganó el Pulitzer de ese año. Posteriormente la premiada novela conformó junto a Me casé con un comunista (1998) y La mancha humana (2000) un desolador fresco sobre el desmoronamiento del gran mito de la América de las libertades.

La presencia de Toni Servillo, actor vinculado a Sorrentino, parece proclamar los deseos de Roberto Andò. Con Servillo, Andò entona una declaración de (buenas) intenciones, pero sabemos, al decir del refrán, que con buenas intenciones el infierno se llena. No significa esto que Las confesiones sea una obra totalmente fallida o mediocre.

La presencia de Kristen Stewart teje las dos últimas películas de Oliver Assayas. Con ella, el cineasta francés conforma un díptico del que caben apuntar simetrías y reflejos. En ellas, con ellas, Kristen Stewart transforma a la desganada protagonista del gotic-pop juvenil de Crepúsculo, en una actriz de presencia clásica y recursos poliédricos.

n el título original, traducido de manera literal, se encierra la verdadera clave de este filme basado en hechos reales y narrado de manera canónica. Amma Asante lo dirige como si estuviéramos en los años 40 ó 50. No oculta su deseo de ortodoxa belleza, usa academicismo argumental y derrocha templanza en sus estampas ejemplares.

Pedirle a Álex de la Iglesia un cine de equilibrio y cálculo, de serenidad y estrategia, es reclamar lo imposible, Ese cine no sería suyo. Al director de El día de la bestia y de Acción mutante lo que hay que demandarle, lo único que resulta pertinente esperar de él si de verdad interesa su universo interior, es coherencia, desvergüenza para ir hasta el final de sus planteamientos y fuerza para no desmoronarse ante el enorme castillo de naipes que representa cada uno de sus nuevos proyectos.

El estreno de La bella y la bestia se produce en medio de datos incontestables sobre la buena estrella de Disney. Sostenido por dos columnas ajenas, Pixar y Marvel, el estudio más inequívocamente yanqui de todos, convierte en dólares todo lo que toca. Pero no solo es la ayuda exterior la que mantiene al alza las acciones de Disney, también su historia anterior viene a sumarse a esa felicidad de hambre insaciable, de éxito ininterrumpido a fuerza, eso sí, de esforzarse por cumplir el primer fundamento del fundador: los adultos solo son niños que han crecido.