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Náufrago en el planeta rojo
Título Original: THE MARTIAN Dirección: Ridley Scott Guión: Drew Goddard; basado en la novela de Andy Weir Intérpretes: Matt Damon, Jessica Chastain, Kate Mara, Kristen Wiig, Jeff Daniels, Michael Peña, Kate Mara y Sean Bean Nacionalidad: EE.UU. 2015 Duración: 144 minutos ESTRENO: Octubre 2015
Cuando ese Robinson Crusoe en Marte que interpreta Matt Damon consigue provocar lágrimas de lluvia a partir de las astillas de un crucifijo, el gesto deviene en símbolo y con él, emerge ese Ridley Scott que todos conocemos. El de las palomas y replicantes de Blade Runner; el del debate entre el hijo natural y el hijo ideológico de Gladiator. Ahora, en este filme realizado en el justo momento en el que algunos terrícolas creen que la única esperanza posible reside en emigrar a otro mundo, aparece lo mejor y lo peor de un director que pasa del éxito al fracaso sin un mal pestañeo.
Marte, en cuanto película, dura demasiado. En apenas veinte minutos, Scott ya ha mostrado todo lo que quiere enseñar. El resto es una larga espera trufada, eso sí, por un excelente empleo del ritmo interior y los efectos especiales. Un progresivo desmoronamiento que se reequilibra en su desenlace, previsible y previsto, donde de nuevo Scott evidencia que conoce bien el oficio. Más artesano que autor, su universo se parece más a Michael Curtiz que a John Ford, por citar dos modelos del cine clásico. Con esa actitud, Scott despega la nave a velocidad de crucero. Sabe la lección del cine espectáculo y no da respiro. Curado de pasadas grandilocuencias, aquí las aspiraciones trascendentales, que tanto daño le han hecho en otras ocasiones, se reducen a jugar con cierta imaginería icónica y con la divulgación de algunos procesos científicos que, bien explicados, siempre mantienen la atención.
Eso es todo y ese todo no es demasiado. Lo que no evita la admiración ante un difícil reto puesto que el 80% de la película orbita en torno a un único personaje empeñado en un ir y venir sin respiro y sin esperanza.
Cine de oficio y manual en el que los personajes carecen de densidad y rebosa de arquetipos convencionales. Cine-ficción de alto diseño en el que hay demasiadas señales de por dónde van a ir los tiros. Scott, el realizador más capaz de aparentar caro presupuesto con medios escasos, da religión por metafísica y sirve gato por liebre aunque, eso sí, bien condimentado.
Marte, en cuanto película, dura demasiado. En apenas veinte minutos, Scott ya ha mostrado todo lo que quiere enseñar. El resto es una larga espera trufada, eso sí, por un excelente empleo del ritmo interior y los efectos especiales. Un progresivo desmoronamiento que se reequilibra en su desenlace, previsible y previsto, donde de nuevo Scott evidencia que conoce bien el oficio. Más artesano que autor, su universo se parece más a Michael Curtiz que a John Ford, por citar dos modelos del cine clásico. Con esa actitud, Scott despega la nave a velocidad de crucero. Sabe la lección del cine espectáculo y no da respiro. Curado de pasadas grandilocuencias, aquí las aspiraciones trascendentales, que tanto daño le han hecho en otras ocasiones, se reducen a jugar con cierta imaginería icónica y con la divulgación de algunos procesos científicos que, bien explicados, siempre mantienen la atención.
Eso es todo y ese todo no es demasiado. Lo que no evita la admiración ante un difícil reto puesto que el 80% de la película orbita en torno a un único personaje empeñado en un ir y venir sin respiro y sin esperanza.
Cine de oficio y manual en el que los personajes carecen de densidad y rebosa de arquetipos convencionales. Cine-ficción de alto diseño en el que hay demasiadas señales de por dónde van a ir los tiros. Scott, el realizador más capaz de aparentar caro presupuesto con medios escasos, da religión por metafísica y sirve gato por liebre aunque, eso sí, bien condimentado.