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Los pilares de la corrupción
Título Original: BLACK MASS Dirección: Scott Cooper Guión: Jez Butterworth y Mark Mallouk; basado en el libro de Dick Lehr y Gerard O’Neill Intérpretes: Johnny Depp, Joel Edgerton, Benedict Cumberbatch, Kevin Bacon y Jesse Plemons País: EE.UU. 2015. Duración: 122 minutos ESTRENO: Octubre 2015
Hace 20 años, Francis Ford Coppola, todavía combativo aunque ya muy mermado por los descalabros económicos, produjo Don Juan de Marco, un filme inclasificable, de cuyos efectos algo sabe este Black Mass. Aquella película dirigida por Jeremy Leven, un veterano novelista y realizador que vive a caballo entre Paris y Nueva York, unió en el mismo espacio a Marlon Brando y Johnny Depp.
Brando había sobrepasado los 70 años, estaba en el final de su carrera pero su presencia fascinó por completo al joven Depp. Dos años después, Depp no dudaría en solicitar el concurso de Marlon Brando para su primera película como director, The Brave (1997). Era más que un gesto de reconocimiento. Y por supuesto, el joven emergente trató al enorme Brando con suma delicadeza. Siguió con el actor de La ley del silencio el protocolo que, al decir de Amélie Nothomb, hay que aplicar cuando uno se acerca al emperador de Japón: con estupor y temblores. Y Brando entendió que aquel joven era su sucesor y, en consecuencia, le dio su bendición.
Black Mass representa la plasmación de ese traspaso. Contextualizada en el mundo del hampa, Depp olfateó en Black Mass, creyó reconocer en su guión, los mismos mimbres que agigantaron la leyenda del mítico Brando. Black Mass, se dijo Depp, podría ser un nuevo “El padrino”.
Sin embargo, al vampirizar hechos reales, el (re)celo de sus protagonistas todavía vivos, impide llegar al fondo de la verdad. Da igual, todo gira en torno a una hiperbólica presencia. Si Depp lleva años con una incontenida querencia por el subrayado, aquí su rostro deviene en máscara y su personaje se hace extrahumano.
En síntesis, su guión redibuja un cruce de caminos, una especie de pacto de sangre entre un agente del FBI, John Connolly, y un compañero de juegos infantiles apodado Whitey, un mafioso irlandés. Hay una tercera presencia sobre la que el filme de Cooper pasa de puntillas, la del hermano de Whitey, William Bulger, un influyente político que llegó a ser senador por Massachusetts repitiendo durante años un mantra increíble: “No sé dónde está mi hermano”.
Su hermano mayor, al que Depp encarna, fue un psicótico despreciable que tuvo las espaldas cubiertas por sus supuestas delaciones sobre la mafia italiana en un juego sucio entre policías sin escrúpulos, políticos sin vergüenza y mafiosos ebrios de poder y violencia. Y es la violencia lo que mejor recrea el filme de Cooper, una sangría más deudora del cine hongkonés de los años 90 que del cine de Scorsese, De Palma y Ferrara, por citar referentes cercanos.
Scott Cooper fue el hombre con el que Jeff Bridges ganó el Oscar a la mejor interpretación con Corazón rebelde (2009). No cabe duda de que Depp espera(ba) de él algo parecido. Seguramente no fue así, pero da la impresión de que Cooper estuvo maniatado por el encargo de exaltar las capacidades del pirata del caribe.
Y eso condiciona y determina lo mejor y lo peor de Black Mass. Como trama policial, en cuanto crónica de la realidad, su argumento no llega lejos, no ahonda en la historia por más que algunos datos lo aparenten. Y como ensayo sobre los lazos familiares, sobre el peso de la infancia, sobre la ley de la calle, Cooper ni aguanta la mirada al Sergio Leone de Érase una vez en América ni puede mantener el pulso al Scorsese de Uno de los nuestros. Diezmado en su alcance, la mejor contribución de Black Mass es aquello que impide su vuelo, un sobredosis de Depp convertido en mueca por querer ser como Brando.
Brando había sobrepasado los 70 años, estaba en el final de su carrera pero su presencia fascinó por completo al joven Depp. Dos años después, Depp no dudaría en solicitar el concurso de Marlon Brando para su primera película como director, The Brave (1997). Era más que un gesto de reconocimiento. Y por supuesto, el joven emergente trató al enorme Brando con suma delicadeza. Siguió con el actor de La ley del silencio el protocolo que, al decir de Amélie Nothomb, hay que aplicar cuando uno se acerca al emperador de Japón: con estupor y temblores. Y Brando entendió que aquel joven era su sucesor y, en consecuencia, le dio su bendición.
Black Mass representa la plasmación de ese traspaso. Contextualizada en el mundo del hampa, Depp olfateó en Black Mass, creyó reconocer en su guión, los mismos mimbres que agigantaron la leyenda del mítico Brando. Black Mass, se dijo Depp, podría ser un nuevo “El padrino”.
Sin embargo, al vampirizar hechos reales, el (re)celo de sus protagonistas todavía vivos, impide llegar al fondo de la verdad. Da igual, todo gira en torno a una hiperbólica presencia. Si Depp lleva años con una incontenida querencia por el subrayado, aquí su rostro deviene en máscara y su personaje se hace extrahumano.
En síntesis, su guión redibuja un cruce de caminos, una especie de pacto de sangre entre un agente del FBI, John Connolly, y un compañero de juegos infantiles apodado Whitey, un mafioso irlandés. Hay una tercera presencia sobre la que el filme de Cooper pasa de puntillas, la del hermano de Whitey, William Bulger, un influyente político que llegó a ser senador por Massachusetts repitiendo durante años un mantra increíble: “No sé dónde está mi hermano”.
Su hermano mayor, al que Depp encarna, fue un psicótico despreciable que tuvo las espaldas cubiertas por sus supuestas delaciones sobre la mafia italiana en un juego sucio entre policías sin escrúpulos, políticos sin vergüenza y mafiosos ebrios de poder y violencia. Y es la violencia lo que mejor recrea el filme de Cooper, una sangría más deudora del cine hongkonés de los años 90 que del cine de Scorsese, De Palma y Ferrara, por citar referentes cercanos.
Scott Cooper fue el hombre con el que Jeff Bridges ganó el Oscar a la mejor interpretación con Corazón rebelde (2009). No cabe duda de que Depp espera(ba) de él algo parecido. Seguramente no fue así, pero da la impresión de que Cooper estuvo maniatado por el encargo de exaltar las capacidades del pirata del caribe.
Y eso condiciona y determina lo mejor y lo peor de Black Mass. Como trama policial, en cuanto crónica de la realidad, su argumento no llega lejos, no ahonda en la historia por más que algunos datos lo aparenten. Y como ensayo sobre los lazos familiares, sobre el peso de la infancia, sobre la ley de la calle, Cooper ni aguanta la mirada al Sergio Leone de Érase una vez en América ni puede mantener el pulso al Scorsese de Uno de los nuestros. Diezmado en su alcance, la mejor contribución de Black Mass es aquello que impide su vuelo, un sobredosis de Depp convertido en mueca por querer ser como Brando.