Aunque Ant-man pertenece a la factoría Marvel y, aunque para la mayoría de sus espectadores se trata de un superhéroe de papel, sus orígenes tienen algunos precedentes ilustres tanto en el mundo literario como en el cinematográfico. Paradojas de una (in)cultura que ha mirado con suficiencia y desprecio el poder de los tebeos y su capacidad para reescribir en clave pop(ular) algunos de los fundamentos propios del poder simbólico de los mitos.
Si en 1993, Juanma Bajo Ulloa, se hubiese retirado del cine, las reseñas críticas le señalarían como uno más sólidos directores del panorama cinematográfico vasco del final del siglo XX. Ese año presentó su segundo largometraje, La madre muerta; un oscuro thriller sobre una obsesión que forjaba junto a su primer filme, Alas de mariposa (1992), uno de los más personales dípticos de aquel tiempo. Pero no, cuando el historial de Ulloa era rico en parabienes festivaleros, el cineasta alavés se sacó de la manga Airbag (1997).
Colaborador de Joachim Trier (nada que ver con Lars von Trier, por más que ambos (pro)vengan del frío escandinavo), Eskil Vogt tras una cierta experiencia como guionista y cortometrajista, debutó con éste su primer largometraje con sed de autor. Dicho de otro modo, responsable del guión y al mando de la dirección, Voght despliega rápidamente su voluntad de sorprender, su deseo de (man)tener en vilo al público con Blind.