Sin ocultar su pretensión de aspirante a obra mayor, Rupert Goold, un director británico, casi un desconocido aunque con una cierta experiencia televisiva, se aplica con fervor y convicción en Una historia real. Y lo hace como merece un largometraje que representa su puesta de largo, su graduación, su prueba definitiva. Con ambición de autor; con gula de solvencia cinéfila; con la actitud de quien sabe que aquí se la juega.

Más cerca del hacer de Roman Polanski en El baile de los vampiros (1967) que del caricaturizar de El jovencito Frankenstein (1974) de Mel Brooks, este atípico falso documental neozelandés representa una de esas extrañas locuras cinematográficas que suelen ser recordadas a través del tiempo; son piezas que se disfrutan más cuando se evoca su contenido, que en el momento de ser vistas.

El retorno de Terminator, la impactante fábula distópica sobre el duelo entre la máquina y el hombre, no lo hace a bordo de la farsa sino crucificado en la parodia.Y eso es lo grave. Que Terminator/Schwarzenegger ya no se respeta ni a sí mismo ni a lo que para otros significa. Terminator representa(ba) una de esas referencias emblemáticas de un tiempo.