Siempre hay precedentes. Pasos previos que pasaron desapercibidos en su día pero que, al mirar hacia atrás, resultan reveladores. Hay acuerdo en reconocer que antes del holocausto provocado por Hitler, hubo algunos ensayos previos. Por ejemplo, el escarmiento franquista, aquella matanza programada contra miles de prisioneros, falsamente liberados para darles un tiro de gracia, nos recuerda que detrás de la máscara de una guerra mal llamada civil, aquello sirvió para que la maquinaria del horror nazi engrasara sus zarpas.
En un momento determinado, Una segunda madre adquiere un tono amenazador, extraño, casi terrorífico. Corresponde al instante en el que el padre y el hijo de la familia en la que presta sus servicios esa madre que se gana la vida cuidando a un hijo ajeno y limpiando una casa que no le es propia, acechan a su hija. Es uno de esos instantes en que el cine se descubre como un lenguaje poderoso de maneras propias.
A James Cameron se le recuerda por sus empresas desmesuradas, por esos filmes mastodónticos que destrozaban hitos de recaudación al tiempo que abrían nuevas formas o imponían modelos a imitar. Nadie ignora que Cameron fue el creador de Titanic, de Avatar, de Terminator e incluso de la segunda entrega de Aliens.