Los retratos de la humanidad
FOTO-lasaldelatierraTítulo Original: THE SALT OF THE EARTH Dirección y guión: Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado Música: Laurent Petitgand  Fotografía: Hugo Barbier y  Juliano Ribeiro Salgado Intérpretes: Sebastião Salgado País: Francia. 2014 Duración: 100 minutos ESTRENO: noviembre 2014
Figura preeminente del Nuevo Cine Alemán, Win Wenders comenzó su periplo como cineasta tratando de dinamitar la servidumbre del medio cinematográfico con respecto a las reglas del relato: presentación, nudo y desenlace. Sus primeras películas dieron la espalda a la ficción, huían de cualquier idea preconcebida y navegaban sin prejuicios por el pantano de un cine político que ponía distancia con respecto al pasado belicista de la Alemania nazi. Wenders participó en una generación activa que renegaba de los conflictos armados de Corea y Vietnam, para mirar de soslayo y cierta complicidad los vientos rojos que provenían de los países alineados en el “otro” lado, con la esperanza de hallar un mundo mejor.
Pocos años después, Wenders retornó a la casa del padre, Aristóteles, y su cine se hizo mucho más robusto al crecer sobre inquietantes historias que contribuyeron a lo mejor de la edad de plata del cine alemán. La edad de oro del cine germano había tenido lugar durante los años 20; en los 30 la paranoia de Hitler asfixió, pervirtió y deshizo todo.
Junto a Wenders, frente a él, en aquellos años 70, la figura de Werner Herzog se impuso como la otra pata de un compás perfecto; con Herzog, Wenders estableció un pulso que ahora, a la vista de La sal de la tierra, parece haberse perpetuado. Durante años ambos cineastas encabezaron un movimiento que no era unívoco, de hecho los planteamientos de ambos eran muy distintos. Diferentes sí, pero al modo de un reflejo invertido.
La trayectoria de Herzog crece sobre una paradoja que le define: cuando hace ficción, realmente protagoniza un documental, y cuando se sumerge en el cine documental, lo subvierte siempre con pellizcos de humor y relativismo. La biografía de Wenders ha pasado por años oscuros. Su cine de ficción ya no logra convocar el fervor de antaño y, cuando aborda el documental, se arroja a los brazos de la convención. Se conduce con una actitud más cercana a la de Carlos Saura que a la del citado Herzog.
Por ejemplo, en La sal de la tierra, Wenders  ha actuado más como un introductor que como un cineasta. Se comporta como esas viejas figuras de la escultura que, llegadas a cierta edad, acuden a materiales nobles para reciclar en pequeña escala y en soportes de lujo las formas ya establecidas en su pasado más o menos remoto. Aquí, el autor de París, Texas (1984), encuentra en Sebastiao Salgado un diamante inmenso. La obra del fotógrafo brasileño, su trayectoria y su humanidad ejercen una presencia deslumbrante. Sólo desde una total ausencia de sensibilidad es posible observar su trabajo sin estremecerse, sin participar de esa actitud humanista que ha dedicado toda una vida a captar la huella del hombre en los rincones más olvidados del mundo.
A Wenders le ha bastado con reordenar la biografía de Salgado, con introducir sus declaraciones y mostrar sus fotografías, para construir un documental irreprochable, canónico, ortodoxo y funcional. Con la ayuda decisiva en la codirección de Juliano Ribeiro Salgado, uno de los hijos del protagonista de este soberbio documento. Cuando se cumplen 30 años de su Palma de Oro en Cannes, cuando se celebran los 60 años del mítico documental sobre los mineros mexicanos La sal de la tierra de Herbert J. Biberman, Wenders presenta, de este irrepetible fotógrafo, un atractivo mosaico. Atractivo sí, pero no excepcional; porque como el título, todo en este filme parece haber sido prestado.
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